El pasado martes recibimos este correo de unos muy queridos amigos británicos: «Hoy hemos celebrado 100 años del RAF y han pasado más de 100 aviones por encima del palacio y también por nuestra casa, todo un espectáculo de verdad. ¡He sacado estas fotos desde nuestra terraza!».

Obviamente se referían al vecino Palacio de Buckingham, la residencia londinense de Su Majestad Británica, la reina Isabel II. Es un texto perfecto, pues también ´en passant´ nos recuerda que la venerable Royal Air Force - la RAF, las Reales Fuerzas Aéreas - celebraba con este impresionante y profundamente emotivo desfile aéreo su primer siglo de existencia. Es un centenario importante para el pueblo británico. Como lo es para la mayoría de los europeos que sienten una inmensa gratitud por aquellos jóvenes aviadores que salvaron a este continente en la Batalla de Inglaterra. Aquellos aviones que volaron el martes, algunos de ellos auténticas reliquias, fueron un homenaje a cien años de ejemplaridad de una admirable institución británica.

El paso de los años no quita fuerza a las emociones que alimentan los recuerdos de las gestas heroicas de aquel ya lejano verano de 1940. Al contrario. Muchos de aquellos jovencísimos pilotos dieron su vida inmolados en sus Spitfires y en sus Hurricanes en defensa de su país. En defensa también de la verdad y de la decencia. Por ello también nos salvaron a todos nosotros. Y a los que todavía no han nacido. A nuestra democracia y a nuestras libertades (por cierto, de nuevo amenazadas por los viejos demonios). Como proclamó Sir Winston Churchill en su histórico discurso en la House of Commons el 18 de junio de 1940, «This was their finest hour». Permitiéndome ciertas licencias, lo traduciría así: «Fueron los mejores momentos de sus vidas».

Quisiera citar también, como un modesto homenaje personal a todos aquellos aviadores, este párrafo de un artículo que dediqué hace unos años a un hermoso hotel escocés: el Gleaneagles.

«En los viejos tiempos no era infrecuente la llegada de los clientes en los pequeños aeroplanos de la época. Aterrizaban en un terreno habilitado cerca del hotel. Ahora es posible llegar en helicóptero. En una revista de sociedad de finales de la década de los treinta, The Sketch, encontré una foto con un grupo de aviadores que acababa de aterrizar en el Gleneagles. Recién llegados y todavía con sus largas chaquetas de cuero y las bufandas puestas, con los guantes, los cascos y las gafas de piloto en las manos, probablemente estaban decidiendo, mientras charlaban con sus elegantes y bellas acompañantes, a qué hora quedarían para tomar el cóctel antes de la cena. Unos años después, algunos de esos jóvenes pilotos salvarían a su país y al resto de Europa. Luchando contra el nazismo en los cielos de Inglaterra. Muchos de ellos nunca pudieron volver al Gleneagles».