Donald Trump ha viajado estos días a la OTAN donde ha exigido más dinero a unos los líderes europeos que oscilan entre el cabreo y la conciencia de la dependencia (aunque al final ha reafirmado el respaldo norteamericano a la organización); mientras escribo estas líneas visita Londres entre manifestaciones de protesta y se mete en asuntos de política interna, lo que podría poner a prueba la tan cacareada “relación especial”; y supongo que terminará la semana abrazándose con Putin en Helsinki sin que nadie sepa qué puede salir de este encuentro. Ya se sabe que Trump presume de impredecible. Un eventual entendimiento entre ambos de espaldas a Europa dejaría a la OTAN para el baúl de los recuerdos. El mundo al revés.

Pero lo que interesa destacar hoy es el desastre al que nos está llevando el dichoso Brexit. Logrado por muy pocos votos conseguidos con engaños (como el supuesto ahorro de 350 millones de libras semanales para mejorar la Sanidad), y al parecer con apoyo cibernético de una Rusia deseosa de debilitar a Occidente y de cargarse a la Unión Europea, estamos a apenas ocho meses de que el Reino Unido abandone la UE (29 de marzo) y seguimos sin acuerdo para un divorcio que sea civilizado y deje las menores heridas posibles.

No hay acuerdo porque los británicos, aterrorizados con las consecuencias de su decisión, todavía no han tenido la inteligencia y el valor de reconocer que no se puede estar dentro y fuera de la UE al mismo tiempo, que es lo que les gustaría. O lo que es lo mismo, que no se pueden escoger las cerezas oscuras y dejar las rojas en la cesta y que no hay una salida a la carta que permita irse con lo bueno y dejar lo malo. A ocho meses de abandonar la UE Londres no tiene un plan, sus gobernantes no se ponen de acuerdo, sus ministros dimiten (siete en los últimos meses) y aquello es un caos... sin que la maltrecha primera ministra Theresa May logre imponer su autoridad en el guirigay nacional.

May reunió en su residencia de Chequers el pasado fin de semana a sus ministros y les hizo una propuesta muy complicada consistente en mantener con Europa un área de libre comercio de mercancías pero sin libre circulación de personas o servicios, a cambio de respetar una normativa europea sobre la que Londres no tendría ni voz ni voto. Y con un complicado sistema de aduanas que evitara tener que poner una frontera física entre la República de Irlanda y el Ulster, pues esta es una condición que le imponen los diputados unionistas norirlandeses de cuyos votos depende. Este plan no se tiene de pie porque es imposible que al mismo tiempo haya y no haya frontera y responde a los intereses empresariales que, aterrorizados ante lo que se les viene encima, piden a gritos un Brexit suave. Tienen los británicos una empanada mental que deja chicos a nuestros héroes del lacito amarillo.

Y lo que ha pasado es lo que tenía que pasar, que a May le han dimitido los ministros del Brexit, David Davis, y del Foreign Office, Boris Johnson. Un amigo, embajador de un país europeo, me contó que un día pilló a este último despeinándose a conciencia con ambas manos antes de entrar en una reunión. La imagen ante todo, aunque luego haya sido un pésimo ministro de Exteriores salvado solo en parte por la calidad de la diplomacia británica. Si May pensaba que metiéndole en su gobierno y distrayéndole con el mundo mundial iba a neutralizar a un peligroso rival, se equivocaba. Boris no ha parado de serle desleal y si ahora deja el gobierno debe ser porque olfatea la posibilidad de tocar poder apuñalado por la espalda en plan Shakespeare a quien se le ponga por en medio. Veremos. De momento dice que el plan de May pone al Reino Unido en una “situación colonial” y no le falta algo de razón porque le impediría negociar acuerdos comerciales con terceros y mantendría en vigor para Londres muchas normas en cuya redacción no habría participado. El propio Trump, maleducado y amigo de meterse en charcos ajenos, ha criticado anteayer en Londres la forma en la que May lleva la negociación, acusándola de no seguir sus consejos y amenazando con que si sigue adelante podría hacer imposible un acuerdo comercial con los EE UU. A Trump no le gusta la UE, le gusta el Brexit y lo quiere duro.

Michel Barnier, el negociador europeo, debe estar atónito ante tanta falta de ideas y de proyectos a escasos ocho meses del divorcio. E iniciar un período transitorio sin acuerdo será malo para todos pero peor para los británicos que son la parte más débil en este caso. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo y hombre que no tiene pelos en la lengua ha sido muy claro cuando ha dicho que “los políticos van y vienen pero los problemas que han creado a la gente, esos permanecen... solo puedo lamentar que la idea del Brexit no se haya ido también con Davis y Johnson... ¿quién sabe?” Unos amigos ingleses me decían hace unos días, antes de estas dimisiones, que creían que había todavía un 30% de posibilidades de que el Brexit no se materializara. Pero no me fío porque ellos son radicalmente opuestos, votaron contra y quizás confunden deseos y realidades y eso tampoco es buena cosa. Y para colmo, como las desgracias nunca vienen solas Inglaterra ha perdido ante Croacia.

*Jorge Dezcállar es diplomático