Por sus ocurrencias, sabíamos que Carmen Calvo iba a dar juego más temprano que tarde. En 2006, siendo ministra de Cultura, dirigió la operación de traslado temporal de la Dama a Elche. Ante los temores de que sufriese daños y la polémica suscitada en torno a la inconveniencia de moverla de sitio aunque sólo fuese provisionalmente, ella misma se comprometió a transportarla en su coche a la localidad alicantina. Como aquello era, por encima de cualquier imposible, el disparate de una bromista, se contentó con supervisar el embalaje en una caja de material antichoque y antivibración, un tisú suave, en el vehículo climatizado en el que la Dama recorrió los 400 kilómetros que separan Madrid de Elche. Estos días doña Carmen ha trasladado el desconcierto a los juristas con su planteamiento sueco del «sí expreso» en el acto sexual. O lo que es lo mismo, «si una mujer no dice sí expresamente todo lo demás es no». Cualquiera que se haya visto en la tesitura sabe perfectamente lo complicado que resulta expresarse de manera «expresa» en términos sexuales. Se trata de un tipo de actividad en la que abundan sutilezas, guiños e insinuaciones. Una violación o una agresión que llevan aparejada la violencia son todo menos sutiles, pero hay algo ímplicito en las relaciones sexuales de una pareja que resulta imposible de detectar y que ahora corre el riesgo de ser criminalizado. La mayor parte de ellas no vienen precedidas de un sí expreso. Lo sabe cada quisque que ha pasado por la experiencia. A ver qué sale de esta nueva exorcización de La Manada, y de la feminización constitucional lingüística que propone la ministra de Iguadad, más allá del todos y todas. Qué momento, señoras y señores.