Sólo falta que el prior de la orden religiosa que custodia los restos del dictador se atrinchere con sus monjes, crucifijo en mano, en la basílica de Cuelgamuros para impedir por la fuerza su traslado.

Sería como en una película de Berlanga. Ofreceríamos a las cámaras de TV de todo el mundo un espectáculo del más puro esperpento. Así es España.

A Mussolini lo fusilaron y colgaron luego cabeza abajo junto a Clara Petacci en una plaza pública, como si fueran animales sacrificados en un matadero.

Hitler se suicidó junto a Eva Braun, cuando vio fracasado su loco sueño de dominación mundial, y los soviéticos hicieron desaparecer sus restos.

Pero Franco, considerado al final un mal menor por el Occidente anticomunista y por un Vaticano agradecido, murió, tras larga agonía, entubado en la cama.

Y muchos españoles, abducidos por el dictador, lloraron su muerte mientras otros descorchaban el champán.

Luego vino, regalo del dictador, la monarquía, que los españoles aprobaron en referéndum, y que ahora vuelve a darnos un disgusto: «Pecunia olet», el dinero sí huele.

El PSOE, que prometió que haría pública la lista de los multimillonarios beneficiados por la amnistía del PP, ahora en el poder, sin embargo, se retracta, alegando motivos espurios.

¿Figura en esa lista también el nombre de nuestro rey emérito?, se preguntan con razón muchos. ¿Lo sabremos algún día? ¿No es acaso nuestro derecho como ciudadanos y leales contribuyentes a Hacienda? ¿O esas cosas sólo alcanzan a saberse en una república?