Mientras nos dejemos deslumbrar por la gestualidad gamberra y soez de Donald Trump estaremos incapacitados para entender lo que representa, y de interpretarlo con arreglo a categorías. Pues, en efecto, Trump no sólo representa cierto populismo norteamericano, sino concretos intereses de una parte de su economía. La revolución involutiva de Trump es, ante todo, una radical reacción frente a la globalización, pero el regreso no es al liberalismo nacional anterior, sino a un proteccionismo que aspiraría, en última instancia, a que las empresas y el Estado actúen codo con codo, y con todos los medios (militares incluidos), en la defensa de los intereses nacionales y la expansión de su poder económico. ¿Cabría establecer un paralelo con el mercantilismo que estuvo en vigor hasta fines del siglo XVIII? No es raro que Trump deteste los valores nacidos de la Revolución francesa.