Hace unos días, en París, ha muerto Claude Lanzmann, el director del documental Shoah. Ya sé que estamos en verano. Ya sé que el sol, las terrazas, la vida en general y la programación televisiva en particular piden dedicar el tiempo libre a pasear o a hacer planes optimistas que el invierno se encargará de poner en su sitio. Lo sé. Pero si disponen de diez horas, les recomiendo ver Shoah, el testimonio más duro y exacto sobre el exterminio industrial y metódico de los judíos llevado a cabo por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Shoah es un documental diferente porque no hay reconstrucciones de los campos de exterminio, ni imágenes de archivo que hieren como agujas en los ojos, ni música a la que poder agarrarse (como en La lista de Schindler) cuando todo se vuelve del color del humo de las chimeneas de Auschwitz. Shoah es un documental basado en los testimonios, palabras, silencios y miradas de las víctimas del Holocausto, de los que participaron de una manera u otra en el exterminio, de los testigos de lo que sucedió en una época en la que el mayor horror era posible sin que Dios moviera un solo dedo para evitarlo. ¿Cómo fue posible todo aquello?

El documental sobre los nazis es un género muy popular en Canal Historia o National Geographic. El problema, o el peligro, de este interés por los nazis es que podemos convertir el Holocausto en una rama de la ufología o de la arqueología recreativa. El antídoto contra el revoltijo formado por Hitler, el área 51 y la utilización de los textos de Platón para localizar la Atlántida es, precisamente, Shoah. No es que quiera arrastrarles a ver Shoah, como hace Alvy Singer con Annie en Annie Hall con el documental La pena y la piedad, pero me parece que dedicar casi diez horas de verano a la obra maestra de Lanzmann nos permite entender mejor el sol, las terrazas, la vida en general y la programación televisiva en particular. Y, sobre todo, Shoah siempre consigue que veamos los problemas del mundo desde el punto de vista de una peculiar reformulación del imperativo categórico kantiano: obra de tal manera que ningún Lanzmann tenga que volver a rodar un documental como Shoah.