Las primarias las carga el diablo. Elecciones internas insólitas en un partido con cultura de «dedazo» para designar sucesor, tradición que Rajoy quebró al fallecer políticamente sin testar. Contra todo pronóstico inicial ganó Pablo Casado -y no por poco- a Soraya Sáenz de Santamaría. Doble varapalo para Rajoy. Primero, la derrota de su secretaria general, Cospedal, en primera vuelta y, después, la de su vicepresidenta Soraya en segunda. Voto de castigo interno para él. Despedida emotiva y agradecida sí, pero censura de las bases con un PP que ha perdido tres millones de votos en los últimos tiempos por los juicios contra la corrupción; y que bajaba en las encuestas.

«Ahora el PP vuelve», advirtió el nuevo presidente, que obtuvo una diferencia de 14 puntos sobre Soraya. Diferencia incrementada por su discurso en clave emocional dirigido a la militancia frente al parlamento más pragmático, y acaso distante, de su oponente. Discurso eficaz hablando de recuperar la ilusión que recordaba al del candidato Zapatero en aquel Congreso que debía aclamar a Pepe Bono y ganó él partiendo de la frase «no estamos tan mal», para desde ahí remontar e ilusionar. Un discurso con promesa de integración muy creíble al dejar sin nombrar a su Comité Ejecutivo a la espera de incorporar personalidades de la lista derrotada. Veremos si es así.

«La única tristeza que traigo aquí es no haber logrado la integración previa», confesó en el estrado Soraya. Tristeza y quizás miedo por lo podía pasar y pasó: que venciera Pablo acompañado de una coalición de críticos, con Cospedal al frente, que perdieron en la primera vuelta. Pero, sobre todo, lo acompañaba Adolfo Suárez Yllana que aparecía en casi todos los planos televisivos y al que citó repetidamente en alusiones a su padre. Suárez jugó como un antídoto contra el lastre de la imagen aznariana que pesaba sobre Casado. Un Aznar contra el que había disparado Rajoy en su discurso de despedida: «Me aparto pero no me voy. Y seré leal porque yo sé ser leal».

Pero Aznar, que no fue invitado al Congreso y le dolió, estuvo presente en el discurso de Casado. Es posible que el sindicato de agraviados, que al parecer estimuló Soraya, no reparara en ello, narcotizados por la ilusión de censurar a Rajoy y a su vicepresidenta. Pero Aznar se dejó oír.

«Queríamos que perdiera Soraya -confiesan varios periodistas- pero si escuchas bien a Pablo es el PP más duro, el de Aznar y Aguirre, el que vuelve». Técnicamente, según Daniel Rodríguez, del Instituto de Comunicación Empresarial, «la eficacia comunicativa de un discurso con energía, ritmo y motivación, ha influido en su victoria». Ganó Aznar.

Con el posicionamiento futuro de ese PP renovado se reacomodarán los espacios. Albert Rivera tiene ahora la oportunidad de centrarse, en vez de competir por la derecha, y diferenciarse de Casado por un lado y de Sánchez por otro. Las próximas elecciones serán muy reñidas. Y la formación de candidaturas, un reto. Si Javier Maroto ya adelantaba que su teléfono se llenó de mensajes de militantes anunciando su vuelta al PP, el presidente de la Diputación de Huesca, Miguel Gracia, confirmaba estos días que en los pueblos resucitan viejos militantes socialistas deseosos de ir a las municipales. Es el «efecto Sánchez», como parece que asistiremos ahora a un «efecto Casado», similar al que vivimos recientemente con una espuma en los sondeos por el «efecto Ciudadanos».

Cada vez quedan menos incógnitas; si acaso, saber que será de Soraya. Cuando se ha tenido tanto poder, es más difícil la recolocación. Pasó de la gloria a la derrota tras una moción de censura inesperada y unas primarias insólitas. Dura caída, dura vida.