Administrar una precaria mayoría parlamentaria parlamentaria apoyándose en unos socios poco fiables presenta complicaciones a la hora de gobernar lo concreto. Tenía que haberlo previsto el señor Sánchez, pero el joven dirigente socialdemócrata es un hombre audaz, y no se lo pensó dos veces antes de propiciar la moción de censura que descabalgó de la presidencia a don Mariano Rajoy. A menos de dos años para el final de la legislatura, y con la herencia de unos Presupuestos Generales del Estado elaborados por la derecha, poco margen queda para hacer una política de izquierdas, siquiera sea moderada. Ante esa evidencia, el señor Sánchez se ha centrado en desarrollar lo que los medios denominan una «política de gestos»: una serie de actuaciones que generan polémica y no cuestan demasiado dinero. Dentro de ese epígrafe hay que incluir, entre otras iniciativas, la exhumación de los restos de Franco para su traslado fuera del Valle de los Caídos; la reforma del Código Penal para delimitar claramente lo que ha de entenderse o no por consentimiento de la mujer en un acto sexual; la propuesta de un nuevo Estatuto para Cataluña que sea grato a los independentistas, una virguería jurídica que ya nos explicarán cómo se concreta; o la reforma de la Constitución para incluir en ella un lenguaje aplicable a los dos sexos.

De todas esas propuestas, las que más han llamado la atención son la segunda y la cuarta de las antes citadas. Respecto de la segunda, tanto el presidente del Gobierno, señor Sánchez, como la vicepresidenta, señora Calvo, han sido rotundos: «Si una mujer no dice que sí, es que no». Una expresión que no aclara nada ya que a falta de testigos creíbles sobre la voluntariedad de ese asentimiento habría que estar a las manifestaciones de los implicados y, en definitiva, de los jueces si el asunto adquiriese trascendencia penal. La tragedia de la violencia de género es lo suficientemente dolorosa como para no tomarla a broma, aunque sea de refilón, pero iniciativas como esta (a la que no cabe negarle buena voluntad) no contribuyen a solucionar el problema y dan pie al enredo.

Las relaciones sexuales consentidas son un juego de insinuaciones que teatralizan el erotismo bien entendido y lo hacen más estimulante todavía. Y cuántas veces no hace falta decir que sí de palabra para aceptar la proposición por la vía de los hechos. Llegados a este punto, yo recomendaría al señor Sánchez y a la señora Calvo la lectura (o relectura) de una novela, «Relato inmoral», del gran escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez, fiel reflejo del machismo imperante en la España de los años veinte y treinta del siglo pasado. Hay en ese libro una escena terrible en la que el protagonista masculino fuerza a su novia, virgen hasta ese momento, a tener una relación sexual con el argumento definitivo de que solo quedan ¡cuarenta y ocho horas! para la boda después de una relación de dos años. Y una vez conseguido su propósito rompe el compromiso so pretexto de que ella es ligera de cascos. «Pero si fue contigo...», se desespera la mujer.