Yo nunca habría aceptado un trabajo junto a Donald Trump pero si lo hubiera hecho habría dimitido tras esta «semana triunfal» que le ha llevado a Bruselas, Londres y Helsinki y durante la cual no ha dejado títere con cabeza. Ha reñido a Merkel por construir otro gasoducto que en su opinión convertirá a Alemania en rehén del gas ruso, le ha dicho a May que no sabe negociar el Brexit, que lo está haciendo muy mal porque no sigue sus consejos y que el exministro de Asuntos Exteriores Boris Johnson sería un estupendo primer ministro. Trump quiere un Brexit duro, igual que no le gusta nada la Unión Europea a la que esta semana ha calificado de «enemigo comercial». Y cuando se ha encontrado con los socios de la OTAN les ha metido una bronca por no gastar el 2% de sus presupuestos en Defensa para luego decir que deberían gastar el 4%, un porcentaje que ni si quiera alcanzan los Estados Unidos. Ha terminado dudando de si su país debería acudir en ayuda de Montenegro en caso de ser atacado, algo a lo que obliga el artículo 5 del Tratado.

Este hombre no hace caso a sus ministros, a sus asesores, a sus diplomáticos o a sus militares. Tampoco a los acuerdos internacionales suscritos por su país. No hace caso a nadie, dice lo que se le ocurre en cada momento y luego tienen que ir sus asesores por detrás tratando de arreglar los destrozos. Se cree que puede dirigir un gran país como uno de sus programas de televisión o un complejo residencial. Y no es lo mismo.

Hacía ocho años que un presidente norteamericano no se encontraba con su homólogo ruso y si así ocurría es porque había razones serias para no verse como la anexión de Crimea que altera las fronteras europeas consagradas en el Acta Final de Helsinki, o la desestabilizacion de Ucrania y el apoyo que los separatistas reciben de Moscú. U otras naderías como la injerencia en las elecciones norteamericanas, alemanas y francesas (o en el mismo Procés catalán), el uso de gas nervioso para intentar acabar con la vida del defector Skripal y su hija (que se ha saldado con otra muerte en el Reino Unido), o el derribo de un avión de pasajeros sobre Ucrania... Como digo, nada importante. Y ahora Trump se ha encontrado con Putin siguiendo el modelo de su reunión de Singapur con Kim Jong-un, o sea, sin ninguna preparación diplomática previa y dándole de entrada al interlocutor el triunfo que necesitaba: a Putin le reconoce como presidente de una gran potencia con el que tratar asuntos mundiales en un plano de igualdad, y a Kim le hace pasar de paria internacional a gozar de una legitimidad que nunca pudo soñar. Y ambos sin necesidad de dar nada a cambio, porque hasta donde se sabe nada ha concedido ninguno de los dos. Deben estar pellizcándose todavía.

Parece que a Trump lo único que le interesa es la foto, una foto que sus predecesores vendían cara y que él regala. La foto con Kim porque la compara con la de Nixon y Mao, y supongo que pone la suya actual con Putin al nivel de la de Reagan y Gorbachov. Se equivoca porque aquellas fotos dieron un giro a la historia y las suyas son meras pantomimas que nada cambian. Porque aquí no se sabe de qué han hablado.

En los Estados Unidos han causado estupor unas declaraciones de Trump acusando a sus predecesores del mal estado de las relaciones con Rusia, como diciendo que los presidentes anteriores son una panda de incompetentes y menos mal que aquí llego yo. Y ha causado indignación cuando ha rechazado las injerencias rusas en las elecciones que le llevaron a él a la Casa Blanca, afirmando creer lo que le decía Putin frente a lo que afirman nada menos que trece agencias de Inteligencia de su propio país. No es extraño que Putin reconociera sin ambages que él prefería la victoria de Trump antes que la de Hillary Clinton. Lo dijo con una sonrisa. ¿Tendrá Putin algo sobre Trump (algo al estilo del Informe Steele) que no sabemos?

Esta vez Trump se ha pasado un par de pueblos y el clamor en los EEUU ha sido tal que no ha tenido más remedio que rectificar. Los Demócratas están indignados ante su falta de dignidad y algunos Republicanos, como John McCain han protestado con fuerza. Pero no nos engañemos porque los Republicanos cerrarán filas con su presidente con vistas a las elecciones de noviembre donde se renovará por entero la Cámara baja y un tercio del Senado. Los Demócratas tratarán de ganar ambas cámaras y así controlar a este presidente impredecible y, eventualmente, intentar su impeachment si las investigaciones del Departamento de Justicia y del fiscal especial Robert Mueller acaban ofreciendo elementos claros de colusión con Rusia. Lo que se dice una pistola humeante. Porque en otro caso tendremos Trump para rato ya que su rebaja de impuestos ha mejorado la percepción económica de la gente, el desempleo prácticamente no existe (3,5%) y su popularidad entre su base Republicana de apoyo roza el 90%. Y a la mayoría de norteamericanos les tiene sin cuidado el resto del mundo... hasta que les toquen el bolsillo las guerras económicas y el déficit que les dejará este presidente. Pero para entonces él ya no estará.

De momento nos deja con lo nunca visto, un presidente norteamericano humillándose ante el de Rusia.

*Jorge Dezcállar es diplomático