Para reivindicar su patriotismo español, el gijonés Luis Enrique se envolvía hace días en el manto de Pelayo, en el 1.300 aniversario de la batalla que lo hizo famoso. Bien hecho. Ya está bien de ínfulas con historias nacionales mucho más recientes y cursis. Pero ¿quién era Pelayo?, ¿un godo refugiado en Asturias?, ¿un rebelde que al fin encontró su causa?. Casi seguro más sencillo: un noble gijonés, un astur romanizado (como Arturo, «el último romano»), que intenta convivir con los árabes, hasta que estos se pasan, le infligen una ofensa y entonces reacciona. Es toda una historia la que se inicia con esa reacción (la de España, nada menos), pero si en los días del cabreo del gijonés Pelayo alguien lo hubiera desagraviado quizás la historia habría sido otra, y, de existir esta columna y el que la firma, tal vez iría en árabe. Así que un consejo a los medios: no provoquen a Luis Enrique.