Uno, que últimamente anda lejos del terruño, a veces no se entera de algunas cotidianidades patrias. Anteayer, por ejemplo, me contaron una situación que desconocía: en España, una santa María, que últimamente venía tirándole los tejos de manera pública a un casado, había fracasado estrepitosamente en sus intenciones, y ello pudiera significar cambios a medio plazo en algunas estructuras institucionales turísticas provinciales. ¡Toma ya...!

-¿Te dah cuennn, torpedo...? ¡Éramos pocos y parió la abuela...! -exclamó Manu, mi amigo, mientras me narraba lo sucedido. Manu es un poco cansino con el gigante Chiquito, pero lo imita tan bien...

De entrada me quedé in albis. Incluso si se tratara de una propuesta silogística, hoy sigo sin encontrarle la chicha. Pero tres aspectos del asunto me resultan sorprendentes: uno, que una señora santa le tire públicamente los tejos a un señor casado; dos, que puesta a cazar casados, la señora santa fracasara; y tres, que una cuestión de ayuntamiento deba tener trascendencia institucional turística.

Según Manu, el casado se negó rotundamente al ayuntamiento si previo al mismo, ambos, no le contaban lo suyo de ellos, a los suyos de ambos, en cónclave familiar. Curiosa la integridad en estado puro del personaje... Tan curiosa que hasta contraviene la sabiduría popular esa que, entre otras cosas, pontifica sobre que los tíos estamos siempre dispuestos a no sé qué cosa gustosa, y sobre no sé qué de las tetas y las carretas.

Siempre según Manu, parece ser que la santa María de la historia, que sufre de un sobrado lastre de narcisismo patológico, viendo que sus tejos de mujer alfa y experimentada no alcanzaban su objetivo, terminó accediendo a contarle, en conclave familiar, lo suyo a todos los suyos y escuchando la historia del casado, su pretendida presa, con el único objetivo, mantenido desde el principio en sus intenciones de mujer, de alcanzar el ayuntamiento pleno con el casado de sus entretelas.

Y, ya se sabe, cuando una mujer se pone, se pone... Y dará igual si se trata de un soltero, de un casado, de un viudo o de un polígamo... Y si, además, la dama va sobrada de autoproclamada suficiencia, pues peor. O mejor, quién sabe...

Pero, hete aquí, tú, que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. ¡Ay, Dios...!: parece que la santa María se equivocó y que su rasgo narcisista la situó en el otero equivocado, el de la pretendida suficiencia de su verbigracia ilusoriamente ágil, frente a la malinterpretada impericia discursiva de un casado que en vez de rana le salió príncipe. Y ocurrió, según Manu, que sus ataduras psicológicas la llevaron a sobreactuar y a equivocar el tono y la forma, y las metáforas y el fondo del mensaje, y la comunicación no verbal, y los ritmos y los silencios y las inflexiones..., y que toda ella fue más la demostración de una torpe impostación que el fértil útero que engendra emociones cómplices que ilusionan y enamoran.

Dicen que, a toro pasado, la santa María comprendió que se había equivocado de carril, y maldijo todas las lecciones que aún no había aprendido por procrastinación y/o por soberbia. Y con ella, a modo de invisible coro silente, lo hicieron todos los cofrades de la Hermandad del Oportunismo que, haciendo gala de sus habilidades huyendo hacia adelante, volvieron a actuar con tantísima prisa vehemente que volvieron a confundir la inepcia con el conocimiento y el pálpito con la experiencia. O sea, que si la historia es tal cual me la contó Manu, pobres criaturitas, qué mal rato... Uno, que es sensible, sufre con el mal de otros. No lo puedo remediar. Ay...

A fuer de sincero, generoso lector, yo no acierto a comprender plenamente el relato de mi amigo, que, por otra parte, conociendo sus deslices con la filigrana narrativa, hasta bien pudiera tratarse de un cuento para niños, de una fábula o de una extravagante parábola sui géneris. Pero, claro, también pudiera tratarse de la demostración fehaciente de que hay gente que solo piensa en pasado e, incluso, parafraseando a Oscar Wilde, de que la santa María de marras ya no sea tan joven como para saberlo todo. ¡Fino don Oscar, siempre, ¿eh?!

En fin, si algo es innegable, también en el trasfondo de esta historia, es que hay cosas que ocurren por algo y cosas que por algo no ocurren. ¿O no?