Desde la Transición, la palabra se ha convertido en un amuleto (una palabra-medicina) y todo político joven aspira a consagrarse promoviendo alguna. Ahora nos agitan con la llamada transición energética, lo cual, metidos como estamos en la angustia climática (otra esdrújula de prestigio), refuerza aún más la magia. El problema reside en que de la tal transición, o sea, de en qué consiste, qué periodo abarcará, cómo afectará a cada fuente primaria o secundaria de energía, que efectos tendrá sobre la mejora ambiental, la industria y el empleo, cómo se financiará y cuál será su impacto en la economía, no sabemos palabra (salvo la dichosa palabra), pues no existe aún nada parecido a un plan. Por tanto la llamada descarbonización está colgada en el aire, no tiene contexto, y por un principio de rigor debería ser retirada de la circulación hasta que no se conozca el plan de carreteras.