Cuando todavía tenemos en la memoria los graves incendios de Portugal del verano pasado, nos volvemos a encontrar con noticias desoladoras, esta vez cerca de la ciudad de Atenas. Desgraciadamente, los incendios son un fenómeno al que nos enfrentamos de manera recurrente cada verano.

Por lo tanto, no es ninguna sorpresa que un país como Grecia se haya visto de nuevo tan severamente afectado por uno o varios incendios simultáneos de grandes dimensiones. Y aunque aún es pronto para conocer en detalle qué es lo que ha pasado en este caso particular, se puede suponer que este desastre responderá a varias circunstancias, que si se hubieran dado cada una de manera aislada no hubieran tenido consecuencias de semejante magnitud, pero que, al concatenarse, han tenido estos nefastos resultados.

Por un lado, y según indican los primeros indicios, el fuego fue desencadenado voluntariamente, probablemente con la intención de causar un impacto significativo. Por otro lado, un país expuesto a una severa crisis económica que se ha visto obligado a realizar múltiples recortes, también en los recursos humanos y técnicos que deben responder a incendios. Además, el entorno afectado se encuentra en la periferia de una gran ciudad que se ha ido trasformando en pocos años de manera desordenada. Por último, una población estacional de verano muy numerosa sin un conocimiento suficiente de la zona como para tomar decisiones correctas en una situación de emergencia. Y todo ello aderezado con los efectos del cambio climático, que amplifica los efectos de este tipo de desastres.

Actualmente se puede mejorar la gestión de estas catástrofes. Hay proyectos orientados a desarrollar tecnologías que mejoran la respuesta, como el uso de drones para analizar con más precisión la situación del fuego en cada momento, equipamientos de geolocalización que permiten conocer con detalle el posicionamiento de cada bombero o el uso de redes sociales para una mejor comunicación con la población. Hay otros orientados a agilizar y mejorar el aprendizaje que se puede realizar a partir de crisis anteriores, aunque este aprendizaje está siempre lastrado por razones de confidencialidad, causadas por la asunción de potenciales responsabilidades. Asimismo, también hay proyectos encaminados a integrar en el proceso de prevención, respuesta y recuperación a todos los agentes públicos, privados y sociales que puedan aportar valor y conocimiento. Es tarea de todos exigir que nuestra sociedad esté mejor preparada, y contribuir de manera activa a esa mejor preparación.

En este tipo de situaciones no queda sino enviar nuestro apoyo y solidaridad a los que se han visto afectados y utilizar lo sucedido para mejorar nuestra preparación y concienciación ante este tipo de situaciones. Debemos ser conscientes de que en algún momento nos vamos a tener que enfrentar a situaciones no previstas, que van a desbordar nuestra capacidad de respuesta. Hasta entonces no serán visibles los resultados de la inversión que realicemos en incrementar nuestra resiliencia. Y si no son visibles, mejor aún, porque esto querrá decir que hemos evitado las crisis, que es el objetivo máximo de la preparación.

José María Sarriegi es subdirector de Investigación de Tecnun-Universidad de Navarra