Desciendo por las escaleras del Metro, bendito infierno de Madrid. Parada en medio del enjambre que pasa sin pararse está esa negritud que vende la banda sonora de una de piratas, donde la ley se hace el tuerto. "2 x 5 euros" pone en los cartones escritos a mano sobre los ya hoy ruinosos cedés. Por eso se mezclan con gafas de sol y otras mercancías que no se bajan por Internet. Todo colocado sobre una de esas telas de colores que, en Málaga, nos ofrecen en la playa. Un hato fácil de recoger y cargar a la espalda cuando alguna redada ofrece al transeúnte su gastada función de teatro policial. Signe O´ The times, aquel álbum doble de los 80 de Prince, también se vende.

Una corriente inmigrante y subterránea fluye como los sueños: imparable. Línea 1, azul celeste. Voy subido en una canción de Sabina: "Cuando la ciudad pinte sus labios de neón subirás en mi caballo de cartón... Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal..." Ahí me bajo. Aunque nadie me venga a buscar, como en la canción. Correspondencia con línea 10, me ha dicho el altavoz. La línea 10 es más azul en el plano del Metro, tiene color noche. Me subo y luego me bajo otra vez de otro vagón y veo más personas negras entre el color fotocopiado de las carátulas, hasta que salgo por los escalones que dan a los impares del tomado por los taxistas Paseo de la Castellana. Los taxis son todos blancos. Toca aprender a mezclar lo blanco y lo negro en nuestro tiempo como te mezclan la nata y el café helado cuando pides un Blanco y Negro en Casa Mira.

Camino. El portero de un edificio escucha en su casi extinto cuchitril de portero la radio. Durante años quien antes le hablaba por el aparato quizá fui yo. Me paro a escuchar antes de subirme en el ascensor, que ahora me parece un vagón de metro pequeñito en medio de tantas escaleras subiendo al cielo (Stairway to heaven, la mítica canción de Led Zeppelin, quizá también la vendan los manteros, pienso)

He vuelto al tren de vuelta. Llego tarde, pero no me doy prisa. Voy un poco siendo Málaga por Madrid. Al fin y al cabo, ya he perdido algún que otro tren en mi vida. Hoy, sin ir más lejos. Pero llego. Otra vez los gorriones del AVE. Van de dos en dos entre los bancos, frente a los quietos andenes de la alta velocidad de la estación de Atocha. Se mueven dando saltitos, con cuidado, como si fueran niños afganos y la estación fuera un campo minado. Picotean sobre el banco donde espero sentado, desvergonzados, como duendes emplumados. Revolotean un poco, pero sin alejarse un mucho, ante el paso apresurado de una ministra que acaba de bajarse de un AVE. Me saluda con naturalidad de paisanaje. "A ver si nos vemos". Aunque yo sé que no.

Busco en el ajado bolso de viaje un pañuelo de papel, pero sólo encuentro un pequeño rectángulo acartonado. Es un ticket de Metro "Sencillo. No doblar. 145 pesetas". Menos de un euro, vocea un niño cuando intento recordar de cuándo. Me ofrece un paquete de blancos kleenex con su manita negra...

Y ya es agosto.