La visita protocolaria de Pablo Casado a Ceuta y Algeciras quizás le sirva, cosa que dudo, para que el PP reconduzca su actitud ante la ola de inmigrantes que llegan a diario a las costas españolas, en especial a las andaluzas. Por el contrario, incide en la necesidad de acentuar una «política firme en las fronteras» e insistiendo en hablar de «millones» de potenciales inmigrantes. Lo mismo habría que hablar de Rivera que en su visita a tierras de promisión (por la acogida) pudo pulsar que este es un problema que excede a cualquier gobierno, a cualquier partido, a España mismo y que debe ser resuelto con una política europea, una política global. Casado y Rivera hacen realidad el dicho de maricón el último y ahí vemos a la derecha más rancia, cercana a las políticas xenófobas de los partidos de extrema derecha europeos, haciéndose la foto con inmigrantes pero sin aportar soluciones viables a un problema que excede a las posibilidades reales de España. Bien haría Casado en echar la vista atrás y reconozca la vergüenza de la política en inmigración de la que hizo gala su partido y recuerde, para eso están las actas del Parlamento, cómo el PSOE nunca hizo de la misma una política partidista, sino de Estado. Intentar reforzar su estrategia política en base al dolor y drama de miles de inmigrantes es un error y que le acerca a posiciones como sostiene el ministro italiano Salvini, xenófobo que lleva en la sangre el odio a los migrantes. Casado acusó a Pedro Sánchez de hacerse una foto con la recepción del buque Aquarius y dos horas antes él estrechaba manos de migrantes en el Puerto de Algeciras. Inmigrantes como moneda política. Lamentable.

Hay que poner el problema en Europa, como ha hecho el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. Hay que tomarse en serio este grave problema para que el Mediterráneo no sea un cementerio. Italia lo ha hecho mal con un gobierno xenófobo. España, por el contrario, es solidario y evita catástrofes humanitarias. A las playas españolas han llegado en lo que va de año más de diecisiete mil inmigrantes y, es cierto, están desbordados los centros de acogida y se acomodan recintos para dar techo y comida a miles de personas (algo que se olvida con frecuencia) que sólo aspiran a tener una vida mejor. Durante los años de gobierno de Mariano Rajoy apenas si hizo nada por dotar de medios técnicos y humanos para la acogida y con los ministros Jorge Fernández Díaz y Antonio Zoido como mantenedores de las llamadas concertinas, el gobierno del PP se jactó que sólo con una política firme y dura se evitaría el efecto llamada, tal cual ahora defiende Pablo Casado. Nada nuevo bajo el sol.

Cerca de 300 migrantes han muerto en el Mediterráneo intentando alcanzar España en 2018, más del doble que en 2017 y en el intento de alcanzar Italia, Malta, Grecia, Chipre y España los muertos en lo que va de año, ascienden a 1.492, según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), con datos cerrados a 22 de julio de 2018. Enmanuel Macron, primer ministro francés y Pedro Sánchez han sellado un acuerdo como primer paso para que la Unión Europea se tome en serio el problema migratorio. Nada fácil cuando países como Italia, Austria, Hungría y Polonia han desatado una crisis política con declaraciones (y hechos) cada más tildadas de xenófobas; en España son el PP y Ciudadanos los que se apuntan a esta estrategia, aunque el primero aboga por un Plan Marshall para África, de difícil aplicación. Lo único real que tenemos es que la UE ha librado 55 millones para ayudar a Marruecos y Túnez con los inmigrantes. Una miseria, pero menos da una piedra.