El desconcertante Francisco no lleva camino de formar una mayoría de adictos, pero tampoco una masa lo bastante grande de desafectos. Contra lo que se dice, no creo que su táctica sea dar una de cal (para el amigo de la cal) y otra de arena (para el amigo de la arena), sino más bien dejarse llevar por su carácter, felizmente contradictorio. La definición más consistente de Europa es la de «el lugar donde no existe la pena de muerte», y Francisco acaba de hacer del Vaticano un Estado europeo. Europa procura echar la muerte fuera de casa, a sus guerras exteriores o sus mares migratorios. En cuanto a Francisco, ahora abole también la pena de muerte de puertas adentro, o sea, en lo que dependa de mano humana, pero, aunque él es su hombre de confianza, no hace ni una simple instancia a Dios para que nos indulte. O no se atreve, o no tiene fe bastante o piensa que sería el fin de la empresa.