A mí El programa de Ana Rosa no me interesa ni el bledo de un comino, pero sí me interesa El programa del marido de Ana Rosa. Así que quité las telarañas del botón del 5 en el mando a distancia y lo apreté tempranito el miércoles 1 de agosto convencido de que El programa de Ana Rosa iba a convertirse en El programa del marido de Ana Rosa. De entrada, debo confesar que noté a Ana Rosa muy cambiada: el cutis, el peinado, el tono de la voz... Sin duda su aspecto acusaba el impacto de la detención de su marido y, aunque resulte cruel decirlo, su imagen me recordaba vívidamente a Joaquín Prat. Confirmé mi posición: esos colores chillones, esas infografías sensacionalistas, esos contertulios italianizantes. No cabía duda: esa cadena era Telecinco y, por tanto, esa persona de la pantalla tenía que ser Ana Rosa Quintana. Así que de un momento a otro El programa de Ana Rosa daría paso a El programa del marido de Ana Rosa. Qué ilusión. Veamos: el conflicto del taxi. Vale, las acusaciones de extorsión y chantaje en complicidad con el comisario Villarejo tampoco tienen por qué ser el arranque del programa. Seguro que se ocuparán del asunto más adelante. Veamos: la ola de calor, las reuniones entre la Moncloa y la Generalitat, la reina nuera y la reina suegra van a comprar merluza fresca a un mercado balear junto con las princesas nietas. ¿Cuándo empieza El programa del marido de Ana Rosa? Veamos: no sé qué estafador ataca de nuevo, algo sobre Bárbara y el Rey, última hora sobre el conflicto del taxi... Y fin. ¿Y fin? Ana Rosa cerró con una enigmática frase indicando que en su programa las informaciones se dan «a su debido tiempo», pero en El programa de Ana Rosa a su debido tiempo siempre ha significado en cuanto el teletipo nos dé para hacer un titular amarillista.

Me tragué El programa de Ana Rosa y no vi El programa del marido de Ana Rosa. Por lo menos, confirmé que El programa de Ana Rosa no me interesa ni el comino de un bledo.