Siempre que voy a un aeropuerto, pienso lo mismo: que la película Aterriza como puedas se llama en realidad Airplane! y que en cualquier momento voy a ver pasar corriendo a Bruce Willis liándose a tiros como un narcotraficante internacional. Es lo que tiene haberse criado con el cine de los 90, que le hacen a uno la realidad un poco más amarga de lo que ya es. La visita de ayer al aeropuerto de Málaga tampoco era por un motivo demasiado feliz, y menos si tenemos en cuenta que salí de él de la misma forma que llegué: en coche. Cientos, y podría atreverme a decir que miles (primer fin de semana de agosto, poca broma) de personas yendo o llegando por aire para una semana o diez días de vacaciones. Alguno habrá entre toda esta gente que viaje por trabajo, pienso y espero, al mismo tiempo que echo cuentas de los días que me quedan para estar ocioso y de que aún me quedan más para coger un avión rumbo al extranjero. Colas para facturar, colas para pillarse un café a precio de cubata o una botella de agua a precio de café doble. Aquella medida de poner el agua a un euro en los aeropuertos... ¿para cuándo? Se agota el tiempo. Despedida y vuelta al coche. Qué largos se hacen quince minutos en según qué momentos y qué rápido pasan cuando tienes el coche aparcado en el aeropuerto. Sorteando gente, sorteando acentos extranjeros, me siento como Tom Hanks en La Terminal, que no es de los 90, pero también tenía su gracia. Más gente, y más gente, y va a ser verdad eso que ponía en un informe de la Diputación, que la Costa del Sol es un destino más atractivo que otros destinos nacionales que, si no han elaborado ya su informe, tienen que estar a puntito de hacerlo y seguro que con un resultado parecido. Todo depende del despacho o de la consejería desde dónde se mira. Salgo de la terminal camino del aparcamiento y a pesar de ser bastante temprano por la mañana tengo los reflejos suficientes para evitar el taxi que se ha saltado el paso de cebra con una cara de pocos amigos al volante. Pico billete: me sobran tres minutos. Efectividad máxima. El tiempo preciso para que otro taxi se salte el ceda justo a mi salida del parking, con un rostro distinto pero el mismo gesto a los mandos. Camino de casa, camino de un fin de semana de lectura, la última reflexión de la mañana atraviesa mi cabeza como los aviones que pasan cada cinco minutos por encima de la autovía: en cuanto aparque, ¿qué aplicación me instalo, Uber o Cabify?