Vamos a entregar 35 millones de libros y de libras» a los niños, anunció en cierta ocasión a su pueblo (y puebla) el presidente venezolano, Nicolás Maduro. Empieza uno diciendo compañeros y compañeras, amigos y amigas, jóvenes y jóvenas; y al final acaba por dirigirse al público con un «buenos días, buenas noches» o por feminizarle el género a los libros. No es Maduro el único convencido de que se puede revolucionar la gramática en cuestión de géneros. Sucede lo mismo en España, donde el nuevo Gobierno ha abordado con notable ímpetu la reforma de los códigos de la lengua, si bien el resultado es aún igual de incierto que la duración del actual Consejo de Ministros.

Por descorazonador que pueda resultar, los creadores de este idioma tan novedoso como redundante no han inventado cosa nueva alguna ni, mucho menos, están ejerciendo una acción lingüística revolucionaria, piense lo que piense Maduro. O su colega española en la vicepresidencia.

Las viejas normas ceremoniales ya exigían, en realidad, que se tratase con especial deferencia a la sección femenina de los grandes simios. Cualquier orador estaba -y aún está- obligado a comenzar su discurso con la fórmula: «Señoras y señores» o la todavía más formal de «Damas y caballeros». La diferencia reside en que el nuevo lenguaje inclusivo -cualquier cosa que sea eso- da preferencia al varón sobre la mujer a la hora de dirigirse a un auditorio. Lejos de constituir un avance, se trata de una marcha atrás en lo que atañe a la caballerosidad y a los buenos modales. No hay color entre el señoras y señores y el amigos y amigas.

Estas disputas que han llegado ya a la caribeña Venezuela obedecen, probablemente, a la creencia de que el género femenino se construye en español sin más que añadir a cualquier palabra la letra a. Del mismo modo, la o de hacer canutos bastaría para componer el masculino. No es así. Sucede en tales casos que los jueces se convierten en juezas, aunque nadie llame nuezas a las nueces; o que, persistiendo en la aplicación de la regla, los (y las) periodistas pasen a ser periodistos. Puede ocurrir incluso que hagamos de los pianistas unos consumados pianistos con muchos bemoles.

En su línea quisquillosa, la Real Academia le ha sacado la lengua a quienes se empeñan en acumular géneros dentro de una frase o recurren a perífrasis como «personas trabajadoras» en lugar del genérico y más económico «trabajadores» para evitar el lenguaje sexista. De los libros y libras de Maduro no han dicho todavía nada, afortunadamente. Tampoco se trata de generar un incidente diplomático por un quítame allá esa a.