Tras asegurar su familia que se había caído accidentalmente del balcón de su casa en Montreal, Lady Gaga se ha disculpado por anunciar el suicidio del modelo Zombie Boy. Todo indica que Gaga buscaba aprovecharse de la infeliz circunstancia para poner en alerta a la sociedad de lo peligroso que resulta estigmatizar a los enfermos mentales. Pero ella, como Zombie Boy, se precipitó al vacío. A veces la urgencia por extraer conclusiones en público de cualquier cosa juega malas pasadas. La prisa por concienciar a los demás de esto y lo otro por medio de las redes sociales es una de las viruelas del siglo XXI, sin embargo la tergiversación de la muerte tiene una larga historia detrás. Mark Twain gozaba de excelente salud cuando en 1907 viajó a Oxford a recibir el doctorado honoris causa de su universidad y aprovechó para pasar una larga temporada en Europa.

Entonces un diario de Nueva York, preso de la confusión, publicó que el escritor había fallecido. Twain no dudó en telegrafiar a su director: «Rumores de mi muerte muy exagerados». Algo parecido le ocurrió a Rudyard Kipling, de quien un periódico al que estaba suscrito imprimió una esquela. Como este tipo de cosas se deben zanjar de inmediato, Kipling respondió diligentemente: «Acabo de leer que estoy muerto. No olviden borrarme de la lista de suscriptores». Otra esquela publicada por error, la de un empresario, llevó a un director que presumía de que su periódico jamás se equivocaba a ingeniárselas cuando el aludido pidió que rectificase. El periodista se negó en redondo invocando la credibilidad del diario que dirigía pero, a la vez y como no podía ser de otro modo, se comprometió a reparar el agravio. Dicho y hecho, al día siguiente el nombre del falso muerto apareció en la sección de natalicios del mismo periódico, certificando que era la mejor forma de reconocer que estaba vivo.