El Gobierno ha decidido poner en marcha su «nueva política penitenciaria» con el traslado desde Asturias al País Vasco de dos etarras arrepentidos y en tercer grado. Lo ha hecho en agosto, como habían previsto los observadores más avispados, lo cual en sí no es grave. Pero ha rodeado el proceso de unas molestas cortinas de humo que no deben ser ignoradas. El anuncio del traslado se hizo el pasado martes mediante escuetas notas de prensa en las que en parte alguna se aludía a que el acercamiento se inscriba en la «nueva política» anunciada por Sánchez y Marlaska. Sin embargo, la inmediata reacción del Gobierno vasco y del delegado del Ejecutivo en esa comunidad alertaron del alcance del traslado de los etarras. El gabinete de Vitoria aseguró verlo con buenos ojos e instó a Sánchez a seguir acercando reclusos. El delegado del Gobierno, por su parte, resaltó que la medida se ajusta a la ley y que es un primer paso que muestra el camino el del arrepentimiento al resto de los reclusos etarras.

Hasta ahí todo normal, si no fuera porque la reacción del Gobierno vasco cobró un peculiar matiz al ser narrada por la agencia pública de noticias. La agencia se hizo eco de la satisfacción de Vitoria, añadiendo por su cuenta un desconcertante «aunque no se trate de los acercamientos de presos anunciados» por Sánchez. El efecto minimizador buscado se reforzó con unas explicaciones atribuidas a fuentes de Instituciones Penitenciarias en las que se negaba que hubiese acercamiento y se limitaba el alcance de la medida al cumplimiento de un tercer grado que, hasta donde se sabe, no obliga a traslado alguno.

Como habrá comprobado el lector atento, el juego siguió anteayer. Mientras el delegado del Gobierno admitía la posibilidad de «nuevos acercamientos» y defendía la reinserción, la ministra Batet hablaba de hecho puntual derivado del tercer grado. Batet pretendía desmentir que el traslado sea un pago al PNV y Bildu por su apoyo en la moción de censura. Pero tanto sus excusas como las de Prisiones o las torpezas de agencia resultaban innecesarias.

El País Vasco (y no solo el PNV y Bildu) necesita pasos adelante que faciliten su normalización y España no necesitaba descubrir tan pronto que el «nuevo» PSOE de Sánchez comparte con el «antiguo» la propensión al doble discurso. Los cálculos (no solo electorales) para contentar a unos sin soliviantar a otros ya han dejado sembrada la historia del PSOE posfranquista de demasiadas medidas a medias. Sánchez no debería tomar ese camino.