Acróbatas arañas de luz en el cielo. Amarillas, verdes, escarlatas, doradas y plata entre el vuelo chino de la magia cargada de pólvora y su impacto en el corazón elegido del aire. La diana en la que explotan el sodio, el bario y el titanio como si fuesen un dripping de Pollock, caligrafiando en su derrame el baile de los ángeles y su rúbrica incandescente apagándose en la noche. Instantes de magnesio incrementando luminosidad y brillo, y de calcio para un color más intenso, en un ritual con el que todas las miradas vuelven a enamorarse de los fuegos artificiales. Desde tierra las que reconocen en estos dibujos efímeros su fiesta anual del verano en abanico, con vino y amanecer en abrazo de rebalaje. Desde la mar adentro, acercándose en derrota, los que huyen de la guerra, del hambre, de la vida inhóspita que nada ofrece a sus supervivientes. En sus ojos -expectantes de felicidad los primeros, cargada de miedo la esperanza en los otros- suena la misma música coreografiando 800 kilos de material pirotécnico y los efectos visuales de su ocupación lumínica. The Calling interpretando Wherever you will go, y The Royal Concept On your way. Adonde quiera que vayas y En tu camino no significan lo mismo para cada uno de los lados en perspectiva frente a la danza pirotécnica de las estrellas. Para unos es el efecto mariposa del deseo, para otros supone el desembarco furtivo o un SOS en la arena sucia del paraíso con jaulas. Náufragos los últimos de un mundo enajenado por la codicia del hombre, sus políticas depredadoras, por la frivolidad de fotografiarse junto a una patera encallada en arenas de Cádiz, en cuya madera todavía cruje la mar.

Nunca conocemos sus nombres. Tampoco las edades de las cicatrices que llevan encima ni las historias de amor y drama que podrían contarnos alrededor del fuego más sencillo bajo la lluvia de las Perseidas, o a través de las canciones que heredaron de las montañas, de los pájaros, del agua que corría sobre la tierra que ahora es una costra de sed y de sangre. De ellos apenas vemos su temblor salado envuelto en una manta, la intemperie en sus ojos acristalados a punto de emborronarse una vez más, de nuevo. Nos cuentan que aúllan en las alambradas y que sucumben en las curvas del Estrecho donde las sirenas les cantan nanas sobre sus tumbas azules. Sabemos acerca de ellos lo que dura un segundo, y enseguida los descartamos del corazón y la conciencia.

No es invisible la cultura como ellos. Hay artistas que los defienden humanos y los conjuran como denuncia y grito de negro sobre negro en 29 relatos acrílicos, bajo ese mismo título, como ha hecho Rafael Alvarado en el MAD de Antequera. La exposición, abierta en la Casa Museo de Los Colarte hasta el 30 de septiembre, en la que cada obra es un combate imprevisible donde el hecho pictórico tiene la última palabra. Así define este artista indomable y pasional -adicto a leer reiteradamente en los museos los cuadros que admira y le tutelan, sincero en sus juicios alrededor del talento y del artificio, de los sucesos y las personas- la poética social de una pintura del desasosiego que empezó hace diez años con Papeles para todos y prosiguió con Espacios transitados y Sombras errantes. Un largo viaje a través de la naturaleza y la mirada de la pintura sin guarnición ni maquillaje, fruto de la espontaneidad vital y la reflexión ética, centrada en la tragedia de la inmigración y en cuyos cuadros Alvarado se sitúa entre el expresionismo dramático de Max Beckmann y la serie negra de Goya con extraordinario dominio de las temperaturas del gris como desgarro de realidad y pesadilla beckettiana. El tono-voz que nace de su goyesco akelarre plástico con el negro y el blanco, en ocasiones el ocre, para crear la potencia escénica y narrativa de sus cuadros, negativos de la inagotable profundidad que hubiese dicho Maurice Blanchot.

Expresionista y lúcido este pintor, que deslumbró en sus comienzos con sus Paisajes de silencio y la beca Picasso en 1992, traza una pincelada amplia, gestual en la fluidez de su fuerza, que a la vez libera alrededor o dentro del dibujo que entiende como la inmediatez y lo crudo del sentido del tacto, y el proceso abierto del gesto y su huella. Transmite al hacerlo un guiño personal a Basquiat, más elegante y más púgil frente a la realidad que saca de los escondites desnudándola, provocando en el espectador la agitación de la conciencia, la solidaridad de los sentidos. Es imposible no salir con un nudo en la mirada y un estómago desencajado de este necesario documental pictórico que aúna dureza, ternura e impugnación a través de las 29 secuencias existenciales que narran violencias, explotación, concertinas policiales, ataúdes, confinamientos, banderas de la xenofobia como estrategia política, extraños en un paraíso provisional derramándose en tinta enjaulada. La voz crítica de un artista que también se reflexiona a sí mismo en sus cuadros, y convierte su pintura en un sismógrafo de la angustia y la exclusión como retrato.

Que excelentes artistas plásticos y escultores tiene Málaga en este verano expositivo con los Mundos flotantes de Sebastián Navas en El Fuerte de Bezmiliana, y con las esculturas de Antonio Yesa, geométricas y abstractas, ensambladas de ritmos y silencios en notas musicales de un paisaje. Volúmenes edificados a modo de hábitat, en diálogo su naturaleza arquitectónica con el espacio urbano, mostradas en la Finca El Portón de Alhaurín de la Torre. Sus propuestas a escala, que surgen desde la indagación intelectual y la promiscuidad plástica con otras disciplinas, demandan que la ciudad sea en sí misma un espacio expositivo. La trayectoria de Yesa, entre lo simbólico y lo imaginado, bien se merece una retrospectiva. Lo mismo de conveniente es que el talento de escultores como él se perciba más en la capital de los museos donde ningún arte debe ser invisible y mucho menos desalojado de su discurso alternativo como sucede con La Casa Invisible, amenazada de cierre por la burocracia política.

Su resistencia frente a las invocaciones de los modelos oficiales y la turistificación del centro, su comprometido carácter cultural y su gestión ciudadana, cuentan con apoyos como el del cineasta Fernando León de Aranoa, el del director Manuel Borja-Villel, o de los artistas Rogelio López Cuenca y Jorge Dragón, entre otros nombres que se han manifestado a favor de La Invisible y de su permanencia en combate -en ella surgió la necesaria Plataforma de Afectados por la Hipoteca-. Habrá mañana reunión entre sus representantes y el alcalde. Lo ideal es que se alcance un acuerdo que propicie en Málaga una atractiva red de oferta expositiva y de debate donde La Invisible, el Ateneo, el estudio de Ignacio del Río, las galerías de Isabel Hurley y de Javier Marín, el taller Gravura y las salas de la Universidad conformen un itinerario abierto al que sumarle los estudios de artistas dispuestos a enseñar y conversar acerca de su obra. En este mapa de islas en circuito cultural, que enriquecería la oferta institucional de los museos de calidad y del Centro de arte contemporáneo, estaría igualmente el barrio de Lagunillas con el esplendor de sus graffitis, sello de su espontáneo espíritu soho. Y por supuesto la Casa Amarilla de calle Santos donde Sara Sarabia y David Burbano promueven el arte y su comercialización a través de exposiciones y singulares eventos como Casquerías o el recientemente clausurado Estival en el que ha vuelto a sorprender Cristina Savage con sus performances. Si no la conocen busquen en Instagram el de María Magdalena o el fantástico de la limpiadora del Museo Reina Sofía. Una Casa Amarilla, que además de alentar innovadoras formas de dinamización de los comercios del centro mediante la cultura y en defensa contra su pérdida o reconversión en franquicias para el turismo, tiene como objetivo primordial hacer perceptible el trabajo de creadores emergentes. El mismo propósito compartido por la Escuela Apertura donde Míchelo Toro abre sala para la fotografía de autor y nuevas miradas.

No existe la invisibilidad para la cultura en Málaga. Hasta tiene casa abierta y artistas que le dan realidad a pie de la vida.