Como bien saben, el mes de agosto está colmado de fiestas; hoy día 15 se constituye como fecha esencial en más de una veintena de pueblos de Málaga. La Feria de la capital, en su doble escenario, vive su vorágine ecuador y la festividad del Día de la Asunción, la fiesta de María, se proyecta como el eje de las celebraciones patronales en muchos puntos de España y la provincia, ataviada de festejo, concurre en una de sus jornadas más alborozadas.

Desde el punto de vista antropológico, el principal cometido que tienen estas conmemoraciones en honor a la Virgen es el de la identidad, ya que son vividas inconscientemente por los habitantes de cada pueblo como símbolo que lo caracteriza y diferencia de otras localidades vecinas. Los estudios realizados ponen de manifiesto que estas rememoraciones se configuran como una «afirmación de la identidad local», dado que la devoción se dirige a su Virgen pero no a advocaciones de otras poblaciones.

Otro singular aspecto es el que el fervor hacia la imagen en cada lugar llega a la casi totalidad de sus moradores, sean creyentes o no. Los agnósticos y ateos -paradójicamente- participan durante los días de fiestas de los actos que se celebran en su honor igual que los fieles. Obviamente, los ateos partícipes no tienen devoción a un santo determinado del santoral católico sino a la Patrona de su villa, figura benefactora y sanadora de los vecinos. Es significativa la frase oída alguna vez de una persona irreligiosa: «Yo soy ateo, pero a la Virgen de € que no me la toque nadie».

De este modo, las fiestas patronales, basadas en la religiosidad popular, se determinaron como la única solución hallada de manera ancestral a la que aferrarse para intentar evitar desgracias tanto de enfermedades como climatológicas. A disfrutar de lo atávico.