He pasado unos días en la tierra de Franz Kafka, de la vida bohemia, del teatro negro, la cuna del porno europeo y de la absenta a raudales. Para los de la LOGSE, he estado en Praga, y de allí me traigo los bolsillos llenos de lecciones aprendidas:

Praga está llena de españoles quejándose de que esté llena de españoles. El maitre del Savoy habla el mismo francés que yo cirílico, que es directamente proporcional al castellano que hablan los guías checos. No existe el top manta. Comerse un codillo diario es indecente, insano y obligatorio. Si se preguntan por qué Japón esta vacio, yo se lo digo, están todos escondidos en Praga. Los VTC y los taxis viven en perfecta armonía. España no tiene la patente del calor. Los filósofos y escritores checos están sobrevalorados. Allí creen que tienen muchas iglesias, eso es que no conocen Antequera.

Desde pequeños ellos aprenden a tocar un instrumento, nosotros a tocar los cojones. Y qué quieren que les diga, prefiero ser violín solista en el invierno de Vivaldi que otro tocapelotas del montón.

Cuando crees que ya no puedes beber más, viene un camarero y te pone otra cerveza en la mano. Tienen muy claro lo de proteger sus fronteras, sobre todo la lindera con Alemania, llámenlos tiquismiquis. Siesos y atentos, seguro; gracia y simpatía, ninguna. Tienen la biblioteca más hermosa del mundo y, créanme, huele a cerrado. El postre típico se llama Trdlo, nunca lo pedí por miedo a romperme el frenillo al pronunciarlo.

Praga es una capital liberada que describe sin complejos la oscura época del comunismo con tres palabras: paranoia, espionaje y violencia. Cualquier género artístico checo pasa indefectiblemente por una evolución del drama al dramón. Todo restaurante que no sirva pato es considerado un McDonald. Hacen de la necesidad virtud y a la servidumbre de paso entre dos edificios le llaman la calle más estrecha del mundo. David Cerny es el único escultor con patente de corso municipal. Según Helena, la guía que me tocó en suerte, la Republica Checa mide lo mismo que Andalucía, pero no he tenido tiempo de conocer a Los Morancos de aquí. Si quiere matar a alguien con el aburrimiento más bello del continente, no lo dude, llévelo a Karlovy Vary. Si usted y cinco amigos ocupan una mesa de ocho, no se preocupe, le meterán una pareja de desconocidos. Veganos, para colmo.

Cuatro de cada cinco edificios podrían ser el elegante ayuntamiento de cualquier ciudad española. Cuando atraviese el puente de Karlos no se haga el estirado y cumpla con la tradición, toque la placa de San Juan Nepomuceno. Por favor, abstenerse de escribir "Maruchi estuvo aquí" o "Vendo Opel Corsa" en el reivindicativo y multicolor muro de John Lennon. Tienen puestos de salchichas que abren las 24 horas del día, el mismo tiempo que llevan recalentando las salchichas. Es la ciudad, junto con Roma, que tiene en su subsuelo el universo paralelo más acentuado y fascinante de Europa. Han elegido de primer ministro a un prestigioso empresario, experto internacional en gestión de recursos, alérgico a la derecha y a la izquierda, lo único que tiene en común con los nuestros es que también está siendo investigado por corrupción.

Praga es una Venecia adoquinada, una sorpresa tras cada esquina, una plaza compartida, un paseo de manos entrelazadas, horizonte de tejados angulosos, un huir hacia la luz a través de la pólvora, una urbe para dos. Es cristal, granate y Becherovka, un inmenso reloj astronómico, es madera tratada, imaginería artesanal y tradición conservada, es el orgullo de un pueblo, calorías en un plato, una filarmónica en continua afinación. Es un tranvía circular, círculos concéntricos, concentración de monumentos, monumental casco antiguo, antigüedad tangible, tan agible que sólo necesita de tu presencia para cobrar vida.

aDoy por hecho que Praga no se ha enterado de mi visita, pero en mí sí hay un antes y un después de Praga. Es lo que tiene viajar, que te llevas una maleta medio vacía y vuelves con la cabeza llena.