Dentro del autobús Málaga parecía Alaska. Te bajaste en la Alameda y entonces Málaga parecía África. La humedad relativa era absoluta. Tu camisa convertida en camiseta por el sudor.

Caminaste por calle Larios, a la que, con tanta señal de cemento te costó acceder. No más entrar, un grupo de chicos que parecían vivir en un gimnasio te pidieron que les hicieses una foto en la que salieran sobre ellos los toldos y los adornos de Feria. Alarmado, te diste cuenta de que te parecieron una manada, jóvenes, fuertes, masculinos y botella en mano. Los titulares sedimentan en algún lugar del cerebro, te lo empapelan. El otro día tu niño te dijo que los manteros eran malos y pegaste un repullo (el eco de los telediarios a base de sucesos, hechos para vender, no para informar, y menos, mucho menos, para formar, habrás de compensarlo con conversaciones de padre).

Los muchachos que te parecieron manada, sin embargo, te dieron educadísimamente las gracias, como si te pidieran perdón por ser eso que eran, jóvenes, fuertes y estar disfrutando como lo hacías tú con su edad. Hay mansos y violentos, idiotas egoístas y ciudadanos educados de todas las edades sueltos. Y todos votan, piensan los políticos más voraces.

Al ver que les devolvía el móvil a los chavales, un grupo heterogéneo de chicas y chicos te pidieron que también les hicieses una foto a ellos. Pero alguno se balanceaba ya con amenaza cercana de estrépito solar (solar de suelo) Te fuiste del centro feriado antes de que, avanzada la tarde, el centro te echara. No se te quita de la memoria la cacharrería del puesto de buñuelos o algo así plantado en mitad de la calle más noble de la ciudad.

Esperaste el autobús de vuelta enjugado en ti. Cuando te subiste volviste a Alaska. El sudor pareció convertirse en escarcha. Te duchaste en casa. Te cambiaste de camisa. Te fuiste al real de la Feria de noche (que ya no es sólo de noche, como la Feria de día les sigue durando a algunos hasta el otro día).

Sin niño, la Feria en el Cortijo de Torres te pareció otra. Caminar junto a las casetas disco te resultó agresivo. Pero te reconociste en quienes bailaban entregados como cuando lo hacías tú, aunque un decibelio más podría haber hecho que les sangrasen los oídos.

Ver que había un estanco entre dos casetas, vendiendo tabaco a una cola enorme de jóvenes, te produjo cierta indignación ante esa hipocresía social de siempre, sobre todo desde que dejaste de fumar. Hacienda haciendo (caja).

Sanidad gastando (en los tipos de cáncer asociados). Y las marcas cebándose mediante la adicción en una clientela aún cargada de futuro, aunque ennegrecido por el humo.

Saludaste mucho. Se agradece la función social del encuentro ferial. Un adolescente se interpuso orinando junto a un contenedor de vidrio entre tú y un vecino cuando ibas a darle la mano. Bailaste un poco. Pediste un mojito en el Rincón cubano. Buscaste una caseta de esas en las que la Feria y Málaga parecen andaluzas y familiares. Bebiste agua. Volviste a casa.