Atardece en la Feria de Málaga. Queda ya poco para la noche del lunes. Y€ «¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?» El verso de John Donne, el poeta británico que vivió su espiritualidad existencial entre los siglos XVI y XVII, no sólo fue bien escogido en el acto central por las víctimas del terror yihadista del 17 de agosto de hace un año en Barcelona. Viene bien para digerir los destellos artificiales de nueve días de Feria. Un guiño para entender cómo no aprovechar la vida mientras resulta aprovechable.

17 A

«¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?» Está bonito, creo, hacer un poco de metaliteratura aquí y recordar que de ese mismo poema de Donne salió ese «Por quién doblan las campanas» con que tituló Ernest Hemingway su libro (publicado en 1940) El mismo título de la película que Sam Wood dirigió tres años después. En ella, la pareja protagonista de la novela de Hemingway, su amor épico en plena Guerra Civil española, la encarnaron Gary Cooper e Ingrid Bergman. Vuelta a España, por tanto. Y, para nuestra desgracia, vuelta al dolor de la sangre derramada sobre la que el tiempo suele echar un puñado de estupor y, en demasiadas ocasiones, de olvido. A pesar de que€ «¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? ¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?».

En lo suyo

«Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia» No sé en qué pensaría Torra ayer cuando en catalán sonaban estos versos. En lo suyo, supongo. No seré yo quien desde este rincón del Mediterráneo sur pretenda interpretar esos versos centenarios como una soflama contra el reduccionismo separatista. Me refiero al de quienes aprovecharon el dolor de todos para colocar una pancarta con el Rey boca abajo. Y no porque me preocupe el dolor de cabeza del monarca, permítaseme la ironía, sino por el espantoso egoísmo infantil de quienes se emplearon en la estrategia de lo suyo en vez de en el luto por los demás. No me gustan las opiniones ni las informaciones de parte, por eso debo advertir al lector que me produce rechazo el ensimismamiento burgués del soberanismo catalanista. Pero si la pancarta reivindicara el desigual reparto de la riqueza en la economía española o, qué sé yo, los derechos del taxi, lo argumentaría igual, aunque lo sintiera de manera diferente.

Cualquiera somos todos

«Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad». Cualquier muerte no longeva nos alerta de que algo no ha seguido su curso, algo ha ido mal, es trágico. El chico que murió, al parecer, por la ingestión de sustancias venenosamente euforizantes esta semana, cuando disfrutaba a su manera de la Feria; o el concejal de IU al que parece que han matado en Llanes, en Asturias; o esas 37 personas ahogadas en lo que va de agosto en piscinas y playas, cuando disfrutaban de la húmeda libertad que da bañarse en verano o los últimos muertos en carretera cuando viajaban para sentirse más vivos; o ese ´pescaíto´ asesinado por esa bruja cuyas cenizas ya descansan en el mar de Almería, según han informado sus siempre heridos padres; o ese joven de 27 años que murió cuando volvió para salvar a su perro a su piso incendiado, también en Cataluña; o las 25 mujeres muertas por violencia de género en lo que va de año en España o las tres por abortos clandestinos en lo que va de semana en Argentina; o los muertos por los golpes de calor; o las 16 personas muertas en los atentados de Barcelona y las de Cambrils que ahora se conmemoran o los 37 que van ya en Génova.

Tender puentes

La tragedia del derrumbamiento de la sección central del puente Morandi, en Italia, ya no encubre lo que encubría a los ojos de todos: 300 familias viviendo debajo. Algunas, en un edificio que soportaba, literalmente, sobre su tejado, el encaje de uno de sus pilares inclinados. No se trataba sólo del mantenimiento de ese hormigón y esos tensores que, al parecer, falló. Sino del concepto. Un puente está para unir, no para separar económicamente, arriba y abajo. Un puente de una autopista explotada por una empresa privada sobre trescientas familias que perderán ahora sus casas. Y que también pudieron perder la vida al caérseles encima la parte del puente que ha aguantado, como si de un terremoto se tratase y no de una decisión económica, política. Sé que resultaba como de ciencia ficción ver ese camión verde al borde del abismo que por fin han retirado de la sección del viaducto que aún está en pie. Pero no he podido dejar de mirar abajo, las vías del tren, los feos edificios, la colmena que mira al cielo y ve hormigón presuntamente mal armado. «Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti»€ Porque hoy es sábado.