Se quiera ver o no, ella manda. Los gobernantes, la oposición y los votantes a los que unos y otros tienen que agradar para sobrevivir, intentan ningunearla, pero ella sigue ahí, firme y acechante. No suele tener prisa, pues el tiempo corre siempre a su favor, y la hace ganar peso. De vez en cuando algún súbdito se alza contra ella, y quiere quitarle por la fuerza lo que es suyo, pero la rebelión no suele durar. Su gran valedor es el dinero que siempre se está moviendo por el mundo, cambia de lugar si le parece, y sólo se queda en aquel territorio en que ella es respetada. Los mercados la quieren y la temen. Ella es glotona, engorda fácilmente pero luego cuesta mucho lograr que pierda peso. En política todos son muy gallardos y cantan divinamente hasta que ella se da un paseo, cunde el miedo («¡ya está ahí la deuda!»), y callan. Parece vivir fuera, pero lo hace en nuestro bolsillo.