La pittura è cosa mentale dejó escrito Leonardo da Vinci. Uno más bien tiende a pensar que la realidad en su conjunto bebe, de un modo u otro, de la «cosa mental·, esto es, de algún tipo de ficción. Por supuesto, la sociedad no sólo se mueve impulsada por las ideas sino también por poderosas dinámicas internas. El cambio climático, la fractura social, los flujos migratorios incesantes, el envejecimiento demográfico en Occidente, la sobrepoblación a nivel mundial, el endeudamiento de los Estados, el salto productivo que introducen la tecnología y la robotización son hechos constatables que lógicamente constituyen una realidad nueva, ineludible. Es obvio que un gobierno tiene que afrontar, por ejemplo, la irrupción incontrolada de inmigrantes, como ocurre casi a diario en la ribera norte del Mediterráneo. En cambio, las sensaciones favorables o contrarias a la emigración, que convierten al recién llegado en un activo aprovechable o en un riesgo para la seguridad del país, nacen de percepciones mucho más mentales y están en gran medida inducidas por discursos culturales. Porque, en efecto, cabe realizar las dos lecturas, y ambas cuentan con elementos de verosimilitud. Por un lado, el mantenimiento del Estado del bienestar requiere de población joven -y activa- que mantenga a raya los efectos negativos del envejecimiento sobre las cuentas públicas. La inmigración no sólo rebaja la media de edad, sino que también aumenta el potencial productivo, enriquece la pluralidad -todas las grandes ciudades son, por definición, espacios mestizos y abiertos- y favorece, precisamente a través del reconocimiento de la diferencia, la globalización de los mercados. Por otro lado, la emigración descontrolada en economías maduras abarata la mano de obra e introduce más competencia en aquellos segmentos laborales que requieren menores dosis de especialización. Si además un determinado discurso político y mediático asocia la emigración del sur o del este al crimen organizado, fácilmente se cae en la demonización de los recién llegados, sobre todo si éstos traen consigo valores culturales difícilmente integrables en Occidente. Que la realidad sea una cosa mental no significa que no exista, sino que nuestras emociones crean y transforman esta misma realidad de la que hablamos. Tanto la lectura amable como la que rechaza la emigración pecan de un exceso de emocionalismo. Encontrar el punto medio es difícil, precisamente porque no sabemos mirar ni pensar sin contar con las emociones.

La política se basa en el manejo de ambas variables: la razón y los sentimientos. De ahí que sea tan importante saber integrarlas con tino. El caso de los populismos constituye otro ejemplo del peligro de construir una realidad sobre las sombras de la ficción. Así, el resentimiento, el rencor y el odio se utilizan como palanca para la transformación social, obviando que su cara amarga es el enconamiento y la división entre los ciudadanos. Hemos hablado antes de los discursos anti y proinmigración;ahora podríamos referirnos al corte profundo que causan los nacionalismos agresivos en cualquier país. Son procesos paralelos, en el sentido de que una línea estrecha separa una vez más la realidad factual de esa otra realidad inducida por las creencias. En una democracia, integrar las diferencias en un tapiz plural siempre va a resultar preferible a separar por cuestiones de homogeneidad. Un futuro razonable no se puede construir de otro modo.