El solaz del verano nos adulza los ánimos y nos acalla las iras. Demasiado calor para la iracundia durante los agostos en nuestro terruño patrio. En verano, el aperitivo alarga el tiempo, las cervezas alargan el almuerzo y la sobremesa remolonea para esperar a la noche, y hasta la madrugada y el desayuno, a veces. En verano, ir a almorzar, a menudo exige proveerse del equipaje suficiente para llevar una muda y todos aquellos elementos de rigor para que el desodorante no nos abandone y nos sobresalte con nuestro propio hedor. Lo recuerdo perfectamente. Fue tal día como hoy del mes agosto de hace dos años. Mi amiga Noe y yo, que un par de meses atrás habíamos finalizado una relación personal, aquel día mantuvimos una reunión profesional en su despacho. Ya marchándome, me preguntó:

-¿Se te apetece comer conmigo hoy?

-Mucho, se me apetece mucho -contesté.

-OK, eso está bien, porque quiero contarte algo, pero tengo el coche en el garaje. ¿Pasas tú a recogerme? ¿A las dos y media, te va bien?

Por mi parte asentí y en ello quedamos. A las dos y veinte estaba a la puerta del edificio y la llamé:

-Estoy en doble fila en tu puerta.

-Dame diez minutos. Subo a casa -su domicilio particular y profesional están en distintas plantas del mismo edificio-, cojo mi kit de mantenimiento de lo políticamente correcto y bajo escopetada - me contestó.

No habían pasado diez minutos cuando ya estaba entrando en mi coche. De su brazo, además de su bolso, colgaba una suerte de bolsoleta o maletolso. O sea, un adminículo demasiado grande para ser un bolso y demasiado pequeño para ser una maleta. Obviamente, había de tratarse de lo que ella había denominado ´kit de mantenimiento de lo políticamente correcto´ y, por alguna libidinosa razón subyacente, mis ánimos fueron objeto de un sobresalto agradable.

-¿Habría tras el kit de Noe alguna insinuante intención de intimidad carnal? -me pregunté mientras mantenía el equilibrio entre la sorpresa, la ilusión, y el chute de autoestima.

Durante el almuerzo, me llegó el segundo sobresalto del día. Obviamente de la mano y la palabra de Noe:

-Juan Antonio, deberías de hacerte de un kit de mantenimiento de lo políticamente correcto. Son utilísimos, especialmente durante el verano, que es cuando los almuerzos duran más que las baterías del conejito tamborilero y cuando corremos el riesgo de oler a humanidad pasada de fecha. En el mío llevo lo mínimo imprescindible y siempre lo tengo preparado para la ocasión: braguitas, protegeslips, desodorante, utensilios para el lavado bucal... Piénsatelo, con un kit de estos, da igual cuanto dure el almuerzo, te mantendrás oliendo a gloria.

Este segundo sobresalto me desmontó mi sorpresa, mi ilusión y mi subidón de autoestima, machacándomelos. Cosas de la vida...

-Bueno, a lo que íbamos Juanan. Ahí va, sin rodeos -me dijo Noe visiblemente nerviosa-: estoy embarazada.

Con tamaña confidencia me llegó el tercer sobresalto del día. Aplastante. Sentirme el potencial embarazador me embarazó los reflejos y me preñó de congoja y acojonamiento. Sentirme encintado de alarma y de pavor me turbó tanto o más que la posibilidad hermosa de ser padre a estas alturas. Tan así fue que esta visión del asunto me produjo el cuarto sobresalto del día. El cerebro es un universo de mecanismos flipantes:

-¿Cómo sacar de mis adentros mi congoja y mi jindama? ¿Cómo y por dónde parirlas? -me preguntaba.

Con aquel cuarto sobresalto casi me desmayo... Y no llegó a ocurrir porque Noe supuso, y supuso bien, que algo podía malinterpretarse y me tranquilizó explicándome que el embarazo era el resultado de una inseminación artificial de donante desconocido. Buena gente esta dama.

Aquel día de autos, quizá fue mi récord de sobresaltos en tan corto espacio de tiempo, pero me permitió comprender que incluso de las situaciones más sobresaltantes es posible sacar partido. En este caso me refiero al descubrimiento del kit de mantenimiento de lo políticamente correcto que me presentó Noe, del que, especialmente en verano, ya nunca me separo. Imposible contar las veces que me ha librado de que mi buen olor caducara, permitiéndome, así, sentirme cómodo incluso encorbatado a pleno sol.

Caray, esto se ha acabado y no he escrito de turismo... Lo siento.

Ah, por cierto, el bebé fue un hermosísimo varón al que Noe llamó Juan Antonio.

A Noe siempre le gustó mi nombre...