O mejor, conceptos-timo. Siempre han sido consustanciales a la política y al arte de mover a las gentes. He aquí, una de esas palabras, "digno"; y el concepto, "pensiones dignas".

Bajo esa pancarta, la de "pensiones dignas", se han movido durante muchos meses miles de ciudadanos. ¿Pero qué es una pensión digna? ¿Cuánta es su cantidad? ¿Es igual para todos, para quien cotizó y para quien no lo hizo? ¿Para quien contribuyó mucho y para quien contribuyó poco? ¿Y de dónde -esto es, ¿de quién?- va a salir el dinero para aumentar el gasto en un sistema que tiene ya 18.000 millones de déficit?

Alguna organización ha cifrado la cuantía de esa "pensión digna", 1.080 euros. ¿Y por qué no 1.100 o 1.500, que sería más "digno"? En cualquier caso, no hay nunca respuesta a las preguntas, porque lo sustantivo no es ahí el sustantivo, "pensiones", sino el adjetivo, "dignas", que es lo que es capaz de conmover los ánimos y mover los cuerpos hacia la calle.

(Por cierto, ¿se han fijado en que, desde que gobierna el PSOE, han abocanado notablemente aquellas manifestaciones que, día sí, día no, ocupaban las calles?).

Es tan notable el poder hodierno de la palabra "digno" que la he visto aplicada en los últimos tiempos a variados referentes donde el encaje de la palabra es dudoso y, sobre todo, impreciso. Pero lo más llamativo para mí ha sido el empleo de la palabra por las derrotadas huestes de don Rodrigo, digo, de doña Soraya. Vencidas en la segunda batalla por las tropas casadinas, ofrecida que fue por éstas una integración en el estado mayor de los vencedores, la han rechazado, porque ellos querían una integración "digna". ¿Cuál era ella? ¿Cuántos soldados significada? ¿Con qué galones o tropa bajo su mando? Silencio, tampoco lo sustantivo era el sustantivo, "integración", sino el adjetivo, las connotaciones emocionales de "digna".

Son evidentes las razones de esa vanilocuencia y de la falta de concreción de las propuestas. Con el término emocional se llega a la totalidad del universo al que uno se dirige. Todo el mundo, por ejemplo, se siente con derecho a una "pensión digna". Pero si se cuantifica, se deja fuera a muchos; más si se condiciona a los tributos previos realizados por el aspirante; si, además, se comienzan a señalar las dificultades reales para recaudar lo que sería necesario a fin de dar cumplimiento al teórico derecho universal, los seguidores van quedando por el camino, y el mensaje se vuelve, per se, antipático y semejante a lo que dice quien hasta ahora no lo está concediendo, según se lo acusa, por propio capricho.

Otra de esas palabras-timo es la de "empleo de calidad". Lo usan los sindicatos, los partidos, el Gobierno. "Hay que crear empleo de calidad", decía la portavoz del Gobierno hace pocos días, al parecer insatisfecha por las buenas cifras del empleo y el paro.

¿Qué es un empleo de calidad? ¡Hombre!, nos podemos poner de acuerdo si decimos que es aquel en que cobramos un sueldo de futbolista sin ir a trabajar siquiera. A partir de ahí, las cosas empiezan a complicarse. Habría al menos que empezar por señalar cifras y duraciones de contrato. Pero, sobre todo, habría que acudir a la realidad. ¿Cuáles son, por ejemplo, los límites de los contratos en el trabajo estacional ligado al turismo? ¿Qué carga representan los salarios en el conjunto de los costos de una empresa? ¿Qué competividad tienen los productos de las empresas -que está en relación con sus costos, de los cuales los salarios son una fracción- tanto en el mercado interior o exterior? ¿Cuál es la elasticidad del beneficio de las empresas para incidir sobre sus costos, sin que peligren las empresas y, por tanto, el empleo? Porque la actividad económica depende de las realidades de la economía y del mercado, tanto interior como exterior. No es cuestión de conjuros, ni depende de los gobiernos.

Pero claro, formular esas cuestiones hace disminuir el calor de la emoción y los beneficios de la adhesión.

-La vida es una estafa -decía una persona de edad avanzada a otra-: apenas sin darte cuenta te ves abocado a la falta de salud, y adviertes que todo aquello tras lo que has corrido ha desaparecido o no merecía casi la pena.

-No -respondió la otra-, no es una estafa, es un timo. En la estafa te engañan, en el timo participas tú, pensando que vas a beneficiarte, y aunque la realidad es evidente, no quieres verla.

Así las palabras o conceptos-timo. ¡Si lo sabrán ellos!