Podemos hacer bromas acerca del Estado, renegar de él, combatirlo, etcétera, y nunca vendrá mal para que no se acabe pasando con nosotros, pero sin Estado sólo queda paisaje y paisanaje; esa triste verdad al final la saben hasta los anarquistas. El independentismo catalán estuvo a punto de clavar un rejón que podía ser de muerte al Estado español, y quien logró impedirlo fue el pilar que resultó ser más firme del Estado, el Poder Judicial, prácticamente libre de la carcoma de la corrupción. Esa es otra verdad a no olvidar. El Poder Judicial está formado por unos pocos miles de ciudadanos de estilo de vida frecuentemente aburrido y expresión a veces algo pomposa, cuya tarea -hacer que la Ley se cumpla- no era nada fácil en el envite secesionista. Negarle ahora amparo, caso de que lo necesitara, no sólo sería una clamorosa ingratitud y deslealtad, sino una pésima apuesta del Gobierno.