No existes. Sin tarjeta de crédito no eres nadie, me dijo alguien. A pesar de ello, el 9 de agosto había hueco en las noticias para recordar que unos 170 inmigrantes se refugiaban en el polideportivo de El Palo, el marinero barrio de Málaga. Pero han seguido -siguen, seguirán- llegando.

Anteayer se informaba del campamento que se ha montado en Motril, porque el polideportivo de allí y todos los polideportivos son claramente insuficientes para jugar este mundial del deporte extremo de sobrevivir soñando con vivir algún día.

Mientras no dejaban de llegar a las costas andaluzas más y más nadies sin Máster Card en ese hatillo impermeable que guardan en los bolsillos, los desembarcos en Tarifa, en las playas de Granada y Málaga apenas salían en la tele. Que si quinientos cada semana, que si quinientos más, empezaban a advertir desde los ayuntamientos implicados, pero todo a media voz, como una cantinela, todo a media luz, y así. Sin embargo, desde antes, desde el 17 de junio en que, al fin, un puerto, el de Valencia, acogía a la flotilla del Aquarius (tres barcos amparados por organizaciones humanitarias con 630 personas inmigrantes que llevaban más de una semana en el Mediterráneo ante la negativa de Malta e Italia a abrirle sus puertos), casi no se hablaba de otra cosa. Fue como el estreno de una película de Disney. Incluso el papa Bergoglio felicitó a España por la humanidad de su decisión de acoger a aquellos seres humanos. «Hace mucho tiempo que nadie me daba un abrazo como éste», le dijo una niña guineana de 12 años a un voluntario de Cruz Roja al bajarse del barco.

Por aquí abajo los abrazos no los comentaba nadie. Los abrazos habituales también de los miembros de Cruz Roja y la Guardia Civil y la Policía Nacional, esos que se producen al sostener por los hombros a quienes les tiemblan las piernas de frío, debilidad, cansancio, y al echarles esas mantas isotérmicas de plástico plateado sobre los hombros cuando llegan mojados de noche o cuando son directamente rescatados tras pasar horas en el mar frío de la madrugada.

En periodismo te sueles creer que cuando consigues informar sobre un problema desaparece el problema. Hoy, más que nunca, no es así. A veces no consigues ni que arreglen una arqueta rota. La inmigración ilegal, además, no es un problema, sino el fenómeno de nuestro tiempo, como ya se advirtió hasta el cansancio. Un tiempo globalizado sólo para los bolsillos, no para quienes no tienen para llenarlos.

Ver en un cartel de la extrema derecha alemana la última devolución exprés a Marruecos de los 116 africanos que saltaron la valla a Ceuta nos arroja a ese batiburrillo global de nuestros días. Los mismos que acogieron al Aquarius ahora expulsan en caliente a los inmigrantes ¿Los ´buenos´ son ahora los ´malos´? ¿El PSOE era bueno y el PP malo? ¿No? ¿La izquierda era buenista e irresponsable y la derecha era seria y responsable? ¿Si?

Cuidado con el todo vale para llegar al poder o para mantenerse en él. Merkel era facha hasta que los fachas de verdad la han convertido casi en socialdemócrata a ojos de quienes ahora rezan porque aguante el embate. Serrat o Borrell o el comunista Paco Frutos son ahora los fachas para los independentistas catalanes.

Mientras que la inmigración, el independentismo, la Educación, la Sanidad, no sean por fin temas de Estado en los que se produzcan grandes acuerdos, la serpiente seguirá sintiendo el calorcito en su huevo. Y no me refiero al que aún queda de verano