Ha dado la vuelta al mundo la decisión de la universidad de California de expulsar al profesor Francisco Ayala de su puesto de catedrático -era el único profesor que contaba con la condición, más honorífica que otra cosa, de serlo de todos los campus de esa universidad que incluyen, además del suyo de Irvine, los de Berkeley, San Diego o Los Ángeles por limitarnos a unos pocos ejemplos-. Incluso se filtró la noticia de que la Universitat de les Illes Balears se planteaba el retirarle a Ayala el doctorado honoris causa. Hace poco la revista Science ha publicado tres cartas sobre este asunto -el de la decisión del rector de Irvine, no el de la UIB-; una de ellas de científicos de todo el mundo apuntando a lo incorrecto del procedimiento que ha llevado a la expulsión de Ayala y dos atacando a quienes le defienden. Mucho menos eco ha tenido la decisión posterior de la universidad de Nueva York de suspender a la catedrática Avital Ronell por acoso sexual al entonces alumno Nimrod Reitman.

Cabe pensar que, pese a ser Ronell una reconocida filósofa, la enorme consideración académica de Ayala, honrado por universidades de todo el mundo, presidente que fue de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias y medalla de ciencia del Congreso de los Estados Unidos, es la razón del muy distinto tratamiento mediático. Pero el doble rasero aplicado es a mi entender escandaloso, en particular en la manera de actuar de las respectivas universidades.

Ayala ha sido acusado, sin más pruebas que las declaraciones de testigos aportados por las denunciantes, de lanzar piropos y hacer comentarios inapropiados. El único contacto físico dado por cierto fue tocar un codo, dar dos besos, mejilla contra mejilla, o ayudar a la principal denunciante a mover el ratón de la computadora, cosa por otra parte bien difícil habida cuenta de que Ayala escribe a mano y no sabe utilizar el ordenador. Por el contrario, la comisión que ha juzgado el comportamiento de Ronell la ha hallado culpable de enviar docenas de correos electrónicos a Reitmen en términos amorosos, llamarle por teléfono de manera constante, dormir con él y pedirle que tuviesen sexo. Pues bien, las medidas adoptadas por uno y otro comité difieren.

El rector de California ha expulsado para siempre a Ayala, impidiéndole acceder a su despacho desde que se presentó la denuncia y sin esperar el informe acerca de su conducta. Su nombre ha sido borrado del departamento, la biblioteca y la facultad y, ya que estamos, también el de su mujer, Hana Ayala, a la que no se había acusado de nada. Por su parte, el rector de Nueva York ha suspendido a Ronell durante un año. El doble rasero alcanza límites divertidos cuando el feminismo académico estadounidense defiende a Ronell a causa de su prestigio internacional y reputación, mientras que en el caso de Ayala sostuvo que eso no es lo que se discute. Cabe esperar que la diferencia no estribe en que Ronell es de sexo femenino y, por añadidura, lesbiana.