La idea conciliadora de las dos Españas surgida en el 78 sucumbe poco a poco ante una nueva inflamación social. En poco tiempo se han desperazado los viejos demonios del franquismo que dormían un sueño eterno, y la política de deshielo del Gobierno hacia los independentistas no ha hecho más que avivar el fuego del enfrentamiento en Cataluña.

Sánchez nos ha propuesto un viaje al pasado que ahora quiere culminar renunciando al cacareado museo de la reconciliación en el Valle de los Caídos, que pasará a convertirse en un cementerio civil. Al parecer el lugar no reúne las condiciones para que los españoles puedan entenderse allí dadas las connotaciones y la simbología. El proyecto fue sólo un reclamo para proyectar la imagen sombría de la momia sobre las nuevas generaciones. Los que insisten en exhumar los restos de Franco como si se tratara del problema más acuciante que gravita sobre España y no saben muy bien qué hacer con él, tampoco están convencidos ni se ponen de acuerdo en el futuro que le espera a Cuelgamuros.

Cristina Narbona ha dicho que su porvenir dependerá del debate en el Parlamento y de un amplio consenso. Mientras tanto se creará una Comisión de la Verdad sobre la Guerra Civil y la Dictadura, no vaya a ser que el asunto se agote de la noche a la mañana. Si la simbología franquista del espantoso Valle de los Caídos no sirve, como aseguran los expertos del PSOE, para escenificar una reconciliación, lo que indudablemente la hace imposible es este intento calculado de voladura de los puentes de la concordia de la Transición y esta nostalgia de las viejas trincheras resucitada por el oportunismo político más irresponsable. No tenemos arreglo.