Curioso, que la acusación del Cardenal Viganò al Papa, de haber encubierto también él abusos a menores, haya sido no mucho después de la acusación a Asia Argento de haber cometido ella misma actos de los que denuncia el movimiento MeToo (que encabeza). Son cosas bien distintas, desde luego, incluso en cuanto a su gravedad, pero la técnica de demolición es la misma: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Asia no tiene escapatoria, está perdida y tendrá que abandonar el campo de batalla. El Papa, en cambio, tiene todavía distintas vías para escapar de la astuta trampa que le han tendido, pero antes o después tendrá que dar sus explicaciones. La cuestión está en si, una vez dadas, le quedará fuelle para seguir golpeando el saco. Si a sus propias contradicciones, que hacen que sus piernas pesen, se sumara una pérdida de fuerzas, podría acabar dando tumbos por el ring.