Tal como se enredan las cosas, no hay que descartar nada: ni siquiera elecciones por sorpresa. Los que acusan a Pedro Sánchez de atrincherarse en el poder por no convocar elecciones, se pueden encontrar con un aviso urgente de urnas. El anuncio pillaría a Podemos despistado, al Partido Popular en plena renovación, aún afectado por la pérdida del poder, y a Ciudadanos todavía con el síndrome de haber perdido el liderazgo...en las encuestas. Para unos y otros, digerir el trago de improviso no resultaría fácil.

El gobierno de Pedro Sánchez tiene ante sí dos crisis nada fáciles de resolver: la catalana, que crece en tensión, y que aspira a recuperar con el mes de septiembre y la efemérides del uno de octubre su relativo retroceso, y, por otro lado, la europea, de la que se habla poco pero es cada vez más profunda. El problema no son los Presupuestos del Estado para el 2019. Al fin y al cabo, Rajoy aprobó los de 2018 con cinco meses de retraso y estaba feliz. Si se acuerdan en febrero será un éxito y si no, se prorrogarán los anteriores hasta una posible convocatoria de elecciones en noviembre de 2019. O antes.

La preocupación máxima es que en Cataluña se dispare el «enfrentamiento civil» del que habló el ministro Borrell nada más tomar posesión del cargo. Y si se traspasa la línea roja -no con frases provocadoras sino con hechos- el Gobierno se vería obligado a aplicar de nuevo el artículo 155 de la Constitución. Mal escenario para convocar; pero acaso mejor que el que pueda venir después y que desconocemos.

Así que, independientemente de que Quim Torra-Puigdemont puedan sorprendernos con una convocatoria y de que incluso la Generalitat valenciana se sume, porque los socialistas quieren reforzar posiciones allí, comienza un año electoral muy intenso y complejo. Primero, comicios en Andalucía adelantados y después gran jornada electoral en mayo con municipales, europeas y autonómicas en 13 las 17 autonomías. Con estas dos elecciones, fijas en la quiniela más dos incógnitas -Cataluña y Valencia- el premio gordo de la lotería electoral es saber cuando convoca Pedro Sánchez. Por si acaso, él ya está en campaña electoral mientras otros siguen anclados en el fomento de la crispación, o en la atonía.

Fíjense: por un lado, la exhumación de los restos de Franco, que si la torpeza de la precipitación no lo complica, genera satisfacción en la izquierda; por otro, una suma de medidas populares que el Consejo de Ministros va aprobando cada semana desencallando asuntos pendientes de Rajoy. Cierto es que anuncios como la subida del IRPF para rentas más altas generan ruido mediático pero, si es cierto que afecta a menos de cien mil personas, el impacto es asumible por los socialistas.

Pedro Sánchez está en campaña, mientras su oposición anda con asuntos domésticos poco relevantes, porque desde junio se está construyendo a marchas forzadas un perfil internacional que le resultará muy útil: primero Europa, con respuesta positiva de Macron y Merkel porque necesitan la pata española en una mesa coja por la salida del Reino Unido y la quiebra del europeísmo en Italia. Y ahora, en los últimos días, América. Visita calculada a cuatro países del Pacifico -Chile, Bolivia, Colombia y Costa Rica- es decir, los dos grandes con presidente liberal conservador, más Costa Rica con un socialdemócrata y Bolivia con un populista que va a reelegirse en un año desoyendo el referéndum popular que se lo negó. Pero también viaje con antídoto para la crítica: con su gestión allí -hacía 20 años que un presidente español no pisaba el país andino- las empresas españolas entran en la construcción el tren bioceánico que unirá el puerto de Santos, en el Atlántico brasileño, con el Pacifico en Perú. Un par de viajes internacionales más y vuelta exprés a España. Listos para convocar. Falta saber la fecha: o en el hueco entre las andaluzas y las municipales, o sea febrero, o sumando al carrusel de papeletas de mayo, las del Congreso y el Senado. Abróchense los cinturones que esto despega.