Terrible, cómo se acostumbra uno a las injurias que se nos infligen, como la del cambio horario. Desde este billete se lleva un cuarto de siglo clamando, dos veces al año, contra el arbitrismo que en otoño nos da una hora más de sueño, sin que lleguemos a dormirla, y en primavera nos la quita, sin que la noche anterior la durmamos. Ganas de la UE de exhibir paquete de poder, error de calculo, puro sadismo, cualquiera sabe, decíamos. Y ahora que, al parecer, van a quitarnos la tortura, nos preguntamos como será la vida cuando el invierno se ahonde y no acabe de amanecer, o si nos haremos a la falta de ese escalón de caída al otoño profundo o de subida a la primavera ancha que evitaba su remoloneo en los descansillos, o si echaremos en falta, en el cambio de abril, ese despertar precoz que nos hacía pillar desprevenidas imágenes del último sueño antes de que se fueran esfumando.