En uno de los tomos del "Shorter Oxford English Dictionary" que tengo en casa, se explica que la palabra inglesa "eulogy" tiene sus orígenes en el griego clásico. Se aplicaba ésta al ritual de celebrar un elogio público para honrar a alguien que ya ha fallecido. Durante la semana pasada la palabra "eulogy" se ha usado incesantemente en los medios de comunicación de los Estados Unidos. También ha sido utilizada intensamente en su forma verbal. Es decir, "eulogize". Hemos visto durante estos días interesantes ejemplos de periodismo con mayúscula en los que se han utilizado frecuentemente expresiones unidas a "eulogy" y sus derivados. Y además de abundantes, han sido elocuentes. Incluso brillantes. Crearán escuela. Gracias a las honras fúnebres que se han dedicado en todo el país a un gran americano: el senador republicano John Sidney McCain.

Probablemente el momento más emocionante de esta larga e intensa despedida fue el funeral del pasado sábado en la Catedral Nacional de Washington. Impresionaba la presencia allí de los tres últimos presidentes norteamericanos: Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton. Como es bien sabido, antes de su muerte, el senador McCain había rogado que Donald Trump, el actual presidente, fuese excluido de la lista de invitados a su funeral. En realidad no podía haber sido de otra forma. Un héroe de guerra - legendario en tantos aspectos - que al final de su vida se convirtió en un ejemplar servidor de su pueblo, como lo fue el senador McCain, no podía apreciar en su funeral la presencia del hombre que para él personificaba la mayor amenaza actual para los valores éticos y el futuro político de su país.

El actual presidente, el magnate Donald Trump, tosco aspirante a un tóxico caudillismo global y con una media de 15 posibles faltas diarias a la verdad en el último trimestre, según el Washington Post, no podía ser persona grata en la ceremonia fúnebre en honor de McCain. Por lo tanto, el presidente Trump decidió dedicar ese sábado a jugar al golf en uno de los campos de su propiedad. Camino de éste, llevaba puesta la famosa gorra de su campaña electoral, la que proclamaba aquello de que "Hagamos a América grande de nuevo".

También fue Trump consecuente con su propia trayectoria. Desde hacía años odiaba - y probablemente también temía - a John McCain, a quien siempre intentó ridiculizar o empequeñecer. Muchos estadounidenses siempre lo recordarán: la valiente lucha de McCain contra el cáncer y los ataques de Trump. Fue aquel uno de los más desafortunados momentos de la agitada vida de Donald Trump: cuando hace poco se atrevió a acusar de cobardía a John McCain, aquel joven militar que resistió cinco años de torturas en una durísima prisión vietnamita, antes que traicionar a su país. Nos sigue pareciendo aquel episodio protagonizado por Trump una obscenidad. Sobre todo cuando recordamos que el acusador, Donald Trump, pudo evitar en sus años de juventud, gracias a su fortuna y a sus contactos, el tener que jugarse la vida en la guerra del Vietnam. Como otros jóvenes americanos menos acaudalados - y por supuesto más idealistas - que aquel arrogante joven neoyorquino, ya convertido en un avispado aspirante a magnate inmobiliario.

Es curiosa la coincidencia de "eulogy" con su prima hermana eclesiástica, la antigua eulogia. En la Iglesia de Oriente eulogia designaba al pan bendito que se distribuía a los fieles. Es obvio que el pasado sábado, a muchos de los asistentes al funeral de Washington les tuvo que sonar a gloria las palabras de una joven oradora. Ésta pudo convertir su "eulogy" en una eulogia capaz de levantar - en honor de su padre, John McCain - las emociones más intensas y los aplausos más sonoros de la congregación. Fue Meghan McCain, la hija del senador fallecido. Cuando ésta dijo que "la América de John McCain no necesita ser grande de nuevo porque América siempre fue grande". El aplauso de los tres anteriores presidentes norteamericanos, de los generales, de los congresistas, incluso del vicepresidente Pence, o de la hija y el yerno de Trump, y tantos personajes allí presentes, añadió una estrella más a las condecoraciones de un viejo soldado. Que nunca dejó de ser un servidor fiel y honesto de su pueblo. Y que consiguió la nada fácil proeza de convertirse en un ser humano profundamente decente.

George Orwell nos dejó escrito en un ensayo maravilloso ("Why I write") que su mayor empeño como escritor comprometido en su lucha a favor de la democracia había sido el poder "convertir un texto político en una obra de arte". Meghan McCain lo consiguió - quizás sin darse cuenta - el pasado sábado en la Catedral Nacional de Washington.