Alguien a quien admiro me insistió en una ocasión: «Debes leer a David Foster Wallace, era un genio». Compré La broma infinita. En mi caso fue infinita porque fui incapaz de poder terminarla.

Pese a ello, ahora y siempre que alguien menta a David Foster Wallace, intervengo con celeridad. Levanto la mano, entorno los ojos y afirmo con aire categórico y grave: «Era un genio, debes leerlo».

A veces, en Twitter, retuiteáis cosas en inglés que no termino de entender, pero las faveo para parecer listo, igual que cuando los cantantes extranjeros comentan algo entre canción y canción y la gente se ríe y yo sonrío en plan jeje, qué gracioso, pero en realidad ni puta idea de lo que ha dicho. Es todo un poco lo mismo.

Ahora, en verano, a menudo me preguntan por los fichajes. Seguramente solo sea una manera inocente de iniciar la conversación, pero me lo tomo en serio, como si fuera un examen. Por lo visto conocéis a todos los futbolistas del planeta, de casa o de fuera, y yo no conozco a casi ninguno, algo que me resulta bastante curioso porque en septiembre de 2018 la gente todavía está descubriendo que Benzema es muy bueno y Andy & Lucas quizá no tanto.

Yo no conozco mucho a los fichajes pero sí a vosotros, los hinchas del fútbol. Si sois de los optimistas naturales con vuestro equipo, os digo que ese delantero nuevo es una máquina. Si ponéis cara rara porque sois de los pesimistas irremediables, añado que es una máquina, pero de fallar goles.

En pretemporada, por lo general, cuando los fichan, todos los delanteros son unas máquinas. Luego con frecuencia siguen siendo máquinas, pero evolucionadas: máquinas de fallar goles, máquinas de comer canelones, máquinas de hacer faltas en ataque...

En el fútbol y en la vida, casi todos los enigmas se resuelven esperando su momento. Pregúntame en noviembre y te diré cómo es tu delantero, pero no me preguntes el día de la presentación ni en un torneo veraniego, porque además uno de mis placeres modestos es llegar al primer partido de la temporada, a la primera tarde en el estadio, con la información mínima, y libre de prejuicios molestos. Esa pequeña sensación de descubrimiento es justo la alteración de ánimo leve y adecuada para alguien como yo, un señor tirando a mayor, fan de la socialdemocracia, que lleva ya unos años pidiéndole a la vida quietud y certezas, conexión a internet y cero sorpresas.

Pero si algo nos demuestra el fútbol es que eso es imposible. No hay seguridades, no hay metáforas con planes de pensiones. Hay que encarar cada partido como si fuera el último porque nunca sabes qué partido será el último. Quizá es lo que nos quería decir Foster Wallace, el pobre. Si algo nos ha enseñado el fútbol es que hay estar preparado para lo peor siempre.