El llamado Cuerno de África, en el límite Del Mar Rojo, el golfo de Aden y el Océano Índico, es objeto de un renovado interés internacional que incide sobre los problemas internos de una región ya de por sí conflictiva y en la que en un futuro próximo la lucha por el agua puede desbordarse, nunca mejor dicho, con consecuencias impredecibles. En un mundo ideal Etiopía usaría el agua del Nilo para producir electricidad, Sudán para regar y Egipto para beber. Desgraciadamente no es tan fácil.

Etiopía lleva unos años creciendo económicamente al 10% y ha aprovechado la bonanza para comenzar en 2011 la construcción en el río Nilo de la que será la séptima presa más grande del mundo, con 2 kms de largo, 160 metros altura y una capacidad de almacenar 74.000 millones de metros cúbicos de agua. Un auténtico mar. Con ella, Etiopía planea triplicar su producción eléctrica e incluso vender a sus vecinos. Quiere terminarla en diez años aunque últimamente los problemas no dejan de crecer por mala gestión, corrupción, uso de empresas locales sin experiencia, y hasta muertes misteriosas como la reciente del ingeniero jefe de la obra. Parece la trama de una novela policíaca.

Sudán se oponía a este proyecto realmente faraónico hasta que ha visto las grandes ventajas que podría tener para su agricultura, que por falta de agua solo logra aprovechar el 20% de su tierra cultivable con el resultado de devastadoras hambrunas agravadas por las luchas tribales y políticas. Con agua podría producir hasta tres cosechas anuales en la región oriental y convertirse en un país exportador de alimentos. Sería irreconocible.

Pero la presa crea enormes problemas para Egipto, que depende casi totalmente del Nilo para el riego y el consumo pues de Etiopía procede el 85% del agua que beben 100 millones de egipcios. Hay un acuerdo de 1959 entre Egipto y Sudán que regula el uso del agua del Nilo, pero que tiene el inconveniente de excluir a Etiopía y eso no gusta en Addis Abeba. Si Etiopía rellena la presa rápidamente, en menos de diez años, el caudal del Nilo bajará mucho y dejaría sedientos y sin trabajo a muchos millones de egipcios. Esto a corto plazo. Y a largo la situación tampoco mejoraría si los sudaneses se quedan luego con el agua para regar sus cosechas. Por eso el presidente Al Sisi ha dicho que «nadie puede tocar el agua de Egipto» y que el asunto es un problema «de vida o muerte» para su país, que no se quedará con los brazos cruzados mientras se seca y se muere. Incluso hay algunos nacionalistas extremistas que especulan con el bombardeo de la presa, lo que no parece ser una opción realista. De momento Egipto está potenciando sus Fuerzas Armadas, ha creado una flota del Mar Rojo, y sin llegar a bombardear nada podría tener la tentación de crearle problemas a Etiopía en Eritrea (se acaba de lograr poner fin a un largo conflicto entre ambos países pero la situación es frágil), o de presionar a Sudán apoyando a los grupos opositores que operan en Darfur. Por su lado, los sudaneses y los etíopes podrían apoyar a los Hermanos Musulmanes reprimidos en Egipto, y todos podrían meter la cuchara en Somalia respaldando a una u otra de las facciones rivales que allí se enfrentan. Es decir que si las cosas se ponen mal, se pueden poner muy mal para todos (inestabilidad política, migraciones, hambrunas, amenazas de estrangular vías marítimas vitales... ) y eso no le interesa a nadie. Lo deseable es un acuerdo diplomático sobre esta presa que tenga en cuenta los intereses de unos y otros. Pero no es fácil.

Sobre este panorama inciden también las apetencias de otras potencias que extienden sus brazos hacia el Cuerno de África, apoyando a unos u otros de los países allí enfrentados y complicando la solución, aunque si quisieran también podrían facilitarla. Por ejemplo China, que se ha convertido en el gran patrón de Etiopía, donde es el mayor importador y el mayor exportador, el mayor inversor y también el mayor acreedor, quiere que Etiopía vaya bien entre otras razones para que pueda pagar sus deudas. Otros países que apoyan a Etiopía son Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Los países del Golfo comenzaron a interesarse por esta región cuando en 2007 subieron mucho los precios de los alimentos y ellos, que dependen de su importación, decidieron comprar tierras cultivables en África a gran escala. También buscan bases militares (EAU tiene cinco) en una región estratégicamente muy importante porque Eritrea, Yibuti y Somalia controlan los accesos del Estrecho de Bab el Mandeb por donde circula mucho petróleo y está frente a Yemen, donde Arabia y EAU combaten contra la rebelión Houthi. Al mismo tiempo Turquía y Catar, rivales de Arabia Saudita y de EAU y amigos de Egipto, quieren hacer una base militar en la isla sudanesa de Suakin, en el Mar Rojo, que Ankara añadiría a otras bases que ya tiene en Catar (Golfo Pérsico) y en Somalia (Océano Índico). También Rusia quiere conseguir una base en Sudán. Aquí el que no corre vuela porque en el pequeño Djibouti ya hay bases de los EEUU, China, Francia, Italia y Japón y están en cola para abrir otras India, Turquía y Rusia... No se luego si les quedará país.

Uno no puede evitar pensar en un nuevo intento de reparto de África con resonancias neocoloniales. Mientras tanto, lo deseable es que sea agua y no sangre lo que llegue al Nilo.

*Jorge Dezcállar es diplomático