Después de una gota fría anunciadora del olor otoñal, la ciudad quedó enmarcada por un gris plomizo que hizo del domingo una tarde más septembrina y nostálgica si cabe. Este mes nos devuelve la conciencia del retorno a nuestras vidas cotidianas -sencillas o complejas-, las cuales nos empeñamos en dirimir sin mucho éxito para buscar las claves de la ventura.

Inmersos ya en la segunda quincena, septiembre, para la mayoría, se apellida de rutina: costumbre que se adquiere al repetir una misma actividad o tarea muchas veces. La rutina implica una práctica desarrollada con el tiempo de forma automática, sin necesidad de comprometer al razonamiento. Así, la subsistencia usual suele estar conformada de rutinas y para muchos estos hábitos le otorgan, aunque parezca sorprendente, tranquilidad.

Es cierto, lo rutinario suele estar asociado a lo tedioso; no obstante, hay que señalar que esta práctica se estructura como un dispositivo de seguridad, disminuyendo lo imprevisible y ahorrando tiempo, dicen los versados. También está analizada su actuación extrema y el alto coste emocional que conlleva esta supervivencia repetitiva; no es una coincidencia, los mayores índices de estrés, depresión y muertes no naturales se alcanzan en ciudades como Málaga, centro de actividad desenfrenada, de una carrera continua sin apenas un momento para reflexionar acerca de nuestras realidades y metas.

Los malagueños se revisten de rutina, otro septiembre más, y retoman su papel de espectadores abúlicos ante las desavenencias de los representantes públicos; trabas e injerencias en la Gerencia de Urbanismo; los accesos al PTA; el metro€ Parafraseando a Benedetti, nos aburrimos de nuestra propia paciencia. Bienvenida rutina.