Media vida pensando qué ganaría con la madurez y con la madurez no se gana casi nada. Casi nada bueno. Lo único es que ya no vas por la calle pensando que te pueden atracar en cualquier momento.

Con la madurez se ganan prejuicios, facturas, kilos, manías y canas. Yo antes escribía de cualquier manera: triste, cansado, enfadado, tumbado, feliz, escuchando música o viendo la tele, como si nada. Pero ahora, cada vez que voy a teclear unas frases en el ordenador, noto cómo crece en mí un ritual estúpido. En el periódico da igual, porque uno siente la pistola apuntando en la cabeza, pero por otra parte en casa me sube la fiebre de la idiotez extrema. Necesito un café triple, no tener hambre ni sed, la suficiente luz pero no demasiada, una mesa y una butaca, cierto silencio y paz mental, cara lavada y dientes limpios, ni frío ni calor e ir en pijama. Cuando ya lo tengo todo, miro Twitter, miro Facebook, miro Instagram, miro Whatsapp, vuelvo a mirar Twitter y ya, con suerte consigo escribir la primera línea.

Atribuyo esto de prepararme para escribir como si fuera a salir a jugar la final de la Champions a la crisis de los 35. Podría ser peor, teniendo en cuenta que mis amigos abrazan la cocina de autor, el bricolaje y las carreras de montaña. A mí además me apetece ver fútbol como hacía años que no me pasaba, y sobre todo me ha dado por escuchar trap, que parezco el señor Burns cuando se quiere hacer el moderno y el rockero en los Simpson y eso. Ahora con el trap a mi hija le digo cosas como «estás en la right» o «te lo digo de cora».

Cuanto antes sepa que su padre es imbécil, mejor.

No me importa que mi hija piense que soy imbécil porque pronto se dará cuenta de que no soy el único, y a mí me conoció primero. Cuanta más gente conoces mejor te caen tus amigos de verdad. Al primer entrenador que tienes, ya con cierta edad, le pides la más absoluta perfección. Los que tuve después me hicieron pensar que aquel otro quizá no estaba tan mal. Le hicieron bueno. Siempre alguien dice en la grada «este hará bueno a aquel otro» igual que aquel otro hizo en su día bueno al anterior.

En el fútbol, para crear un mito solo se necesita distancia. La memoria tiende a sublimar. Al futbolista en activo se le recuerdan los goles que falla, no los que marca, y al portero los que le meten, no los que para. Pero el tiempo abona la tierra para el perdón selectivo, porque al héroe que colgó las botas se le cuentan siempre las historias dichosas de gloria real o inventada.

Con décadas de perspectiva las salidas nocturnas son graciosas y las indisciplinas chascarrillos de autenticidad y carácter. Y es que cómo mola ese VHS de violentas patadas a destiempo, siempre y cuando se diera que el futbolista no fuera de tu equipo de toda la vida, lo expulsaran y bajaras a Segunda División justo por eso. Al fin y al cabo, son anécdotas deliciosas todas aquellas actitudes diferidas que en directo generan hoy castigos, multas y broncas.