Un verso, acaso un verso, alguna vez habré birlado, subrepticiamente (quizás incluso ese adverbio, subrepticiamente, se lo haya robado a Caballero Bonald, que lo usa con frecuencia), y eso ya me invalida para arrojar la primera piedra. No, no estoy libre de pecado, eso tan difícil, tan inalcanzable (ya lo dice Juan José Millás: bien investigados, todos tenemos diez años de cárcel), pero este jaleo nacional sobre los copiones, este revuelo de comprobaciones y averiguaciones en torno a los plagiarios y los desvergonzados va más allá, mucho más allá, que el humilde homenaje de tomar unos versos de un maestro amado.

Me impresionó muchísimo, hace algunos años, un estudio de Nadine Ly, publicado en la revista Criticón (que edita el Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de Toulousse), en el que se recogía una larga serie de poemas que reescribían el soneto primero de Garcilaso de la Vega, ese tan hermoso que comienza: «Cuando me paro a contemplar mi estado». Había, creo recordar, más de veinte obras de extraordinaria semejanza con el soneto primero, como uno de Lope que empieza «cuando imagino de mis breves días», y otro de Quevedo: «Cuando me vuelvo atrás a ver los años», e incluso uno de Luis de Camoens, bellísimo en su hermana lengua portuguesa: «Quando os olhos emprego no pasado».

Mi adorado Pedro Garfias mantuvo una tensa polémica con su compañero ultraísta Pedro Iglesias en torno a la originalidad. Sostenía Garfias en aquella disputa que «ni uno solo de los poetas del novecientos posee un valor absoluto de gran poeta (€) Heine, Whitman, Apollinaire. Todos se limitaron a coger del montón, y en este caso el montón era la literatura francesa contemporánea. Así, Juan Ramón Jiménez imitó a Samain, Valle-Inclán a Barbey d´Aurévilly, Manuel Machado a Banville, Carrére a Verlaine y a Baudelaire y a todos sus contemporáneos españoles€».

Es extraordinariamente difícil ser absolutamente original. Esto se lo trato yo de explicar a mis alumnos con la frase «caminamos sobre huellas». Lo que sucede es que si tienes talento de verdad te pasa como a Onetti, que trataba de imitar a Faulkner y le salía tan mal que escribió obras maestras absolutamente originales.

Pero no es eso lo que ocurre con nuestros políticos del ´copia y pega´. A ellos no les sale nada original seguramente porque carecen de talento y también de la ética necesaria para reconocer que, a falta de otras capacidades, se limitan «a coger del montón» sin vergüenza y sin pedir permiso, para dejar patente, sin género de dudas ya, que nos gobiernan los peores.