Se suele achacar a los andaluces la posesión de una «mirada fuerte», una mirada incisiva y penetrante que, en su intensidad, casi llega a homologarse con el sentido del tacto; no es de extrañar que el visitante de otras latitudes se sienta incómodo al ser objeto de uno de nuestros repasos oculares. Con semejante contexto, resulta entendible la vigente campaña de las autoridades locales y autonómicas, encaminada a corregir tan fea costumbre de la población local. La consigna es: mire usted para otro lado.

¿Alguien amenaza con colocar una torre de 150 metros de altura en el centro de su bahía? Pues mire usted para otro lado, así no la verá y no habrá impacto visual que valga. Es la recomendación de todo un señor delegado de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. ¿Hay ciudadanos que cometen infracciones urbanísticas, quebrantando la legalidad vigente? Pues mire usted para otro lado, así la infracción dejará de existir. Es la (imperativa) recomendación de los ínclitos concejales de Urbanismo y de Distrito, dirigida a los responsables de disciplina urbanística en el ejercicio de sus obligaciones funcionariales, según han declarado estos últimos en comisión de investigación.

Al menos llegan las primeras lluvias, saneando la atmósfera y brindando cielos de un azul profundo y cristalino, preludio un otoño que se hace de rogar. Claro que hay días en que una densa bruma procedente del mar envuelve la ciudad, desdibujando las formas y ocultando bajo su espeso manto toda posibilidad de transparencia. Es el taró, que «entre las luces del dorado Apolo / pardos tapices introduce», definición de Juan de Ovando en 1663; no en vano, Málaga es Ciudad Taró, en afortunado símil del arquitecto Fernando Ramos. Ojalá un buen chaparrón que limpie y disipe este pardo tapiz.