Las elecciones deben estar muy cerca, cabe intuir, aunque el botón de convocatoria sea potestad de los que presiden Gobiernos. Casi seguro que Susana Díaz está a punto de pulsarlo para convocar en noviembre y no es descartable que Pedro Sánchez considere, después de una semana horrible, que en vez de esperar a febrero-marzo, como pronosticamos, quizás le convenga sumarlas a las andaluzas; que menuda gracia le haría a Susana, por cierto.

Ha sido una semana perdida en trifulcas universitarias que le ha costado el puesto a una ministra, Carmen Montón, matriculada en su día en el descontrolado Instituto de Derecho Público de una universidad madrileña, con alumnos y profesores que cargan con un desprestigio injusto, ya que parece probado que buscaba promesas políticas para ofrecer tratos de favor a cambio de influencia. Primero fue Cristina Cifuentes, después Pablo Casado y la tercera, que no la última, Carmen Montón. La ex ministra de Sanidad trabajó más y hasta presentó un trabajo de fin de Master, desconocido en los otros casos, pero como había copiado la tercera parte, acabó dimitiendo «para no perjudicar al Gobierno». No acabará ahí la cosa porque parece que quienes sueltan información según convenga al momento político -de periodismo de investigación nada, más bien de delación- tienen dos o tres expedientes más de ilustres personajes en la lanzadera. No busquen en los archivos informáticos del centro porque borraron más de cinco mil correos a toda prisa.

Pero pronto se vio que la ministra era solo el aperitivo del banquete que se estaba preparando: Pedro Sánchez cocinado en la salsa de su doctorado. Se corrió que la tesis no existía, pero hasta 16 equipos de prensa en un día pudieron consultarla en la biblioteca de la universidad; después se dijo que era un plagio y se demostró que no estaba copiada; antes se acusó de su redacción a un «negro», pero el acusado lo desmintió; más tarde que el tribunal de tesis era «mediocre» y al final nos quedamos con que el contenido de la tesis era «flojo». Tuvo un cum laude, es verdad, como el 80 por ciento de las tesis que se presentan.

Acabada la guerrilla político-mediática que nos ha hecho perder una semana alejándonos de los problemas reales del país -hasta el President Torra estaba molesto porque en la semana del 11 de Setiembre no se hablaba de su libro- se hace balance de los daños: ha perdido la política, la universidad y los medios, unos más que otros desde luego. La política porque enzarzarse en cuestiones secundarias en vez de hacer propuestas de gobierno y afrontar problemas de la ciudadanía solo acrecienta la distancia con la calle. Por supuesto la universidad, porque los escándalos -unos reales, otros prefabricados- dañan a toda la institución y perjudican a los que hacen un esfuerzo para pagarse un máster, o para sacar adelante un doctorado con altos costes personales y familiares por el tiempo que exige. Y, desde luego, a los medios, porque su credibilidad se resiente. David Jiménez, ex director del diario El Mundo ha escrito con acidez en Twitter: «El periodismo patrio ha rozado el Watergate en lo de Sánchez; solo tienes que quitarle el sectarismo, la ideología, la precipitación, el exhibicionismo, la inconsistencia, la falta de rigor, la nula verificación, o la ocultación de datos». Mal negocio para todos y desde luego también para Pedro Sánchez, porque todo erosiona.

Lo importante sería ahora revisar en serio qué pasa en la universidad española: la endogamia, la mediocridad y los absurdos de una liturgia a veces asfixiante mientras se permiten excesos. Investigar qué sucede en la política donde la maniobra táctica pesa más que la estrategia de Estado. Y analizar qué pasa en los medios donde las noticias falsas, o las deformadas intencionadamente, ya no son exclusiva de medios digitales sino que alcanza, en ocasiones, a los convencionales. Es la credibilidad de todo el sistema lo que está en juego. Gran ocasión para mirar hacia dentro y reformar códigos de comportamiento.