Los meses se han reducidos a horas. Un artículo sobre la dimisión omnicomprensiva de Soraya Sáenz de Santamaría, acaecida el lunes, ha de empezar por admitir que no obedece a la rabiosa actualidad. Y sin embargo, este acontecimiento recibió mayor eco durante unos minutos que si hubiera abandonado la política Pablo Casado. O Pedro Sánchez, por hablar de sucesos con síndrome de inminencia en la ruleta de la política española. La suma de estos dos varones, citados nada casualmente en segundo lugar, no puede competir todavía con el fulgor desarrollado por la mujer fuerte de los últimos gobiernos del PP.

En una comparecencia pública, George Bush cometió el desliz de referirse a Condoleezza Rice como "mi esposa". Es posible que el presidente estadounidense se quedara corto. La Secretaria de Estado era la segunda mujer del tejano, al igual que Soraya Esfandiary del sha Reza Pahlavi. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría también estaba esposada a Rajoy, con la particularidad de que la dimitida guardada la llave del candado, y sobre todo del Gobierno.

Cuando la Esfandiary fue abandonada por una mujer más inteligente, se convirtió en "la princesa de los ojos tristes" para vagabundear por los abrevaderos de la costa española. La segunda emperatriz Soraya también entristeció de modo al principio imperceptible, cuando se dio entrada en el Gobierno a su eterna rival, una Dolores de Cospedal sin parecido alguno con Farah Diba. Como mínimo, las dos abogadas del Estado llevaron a cabo una tarea ingente para la vulgarización de su carrera profesional, lastrada hasta su llegada conjunta por la vitola elitista.

El trabajo no figura entre las sospechas que levantó Rajoy durante su mandato. Ni siquiera realizó el esfuerzo de mostrarse celoso de su valida. No se molestó en apoyar ante el Congreso del PP a una mujer sobre la que había arrojado el peso íntegro de su desgobierno.

Conviene recordar que su primer mandato cursó con la mayor caída de un partido en el poder desde la UCD, y que el segundo periplo batió idéntica marca de brevedad. No es mal resultado, para quienes jaleaban su extraordinaria estabilidad. Soraya consiguió dos referéndum en Cataluña que han dañado mortalmente a la Marca España, mientras la vicepresidenta nominal y presidenta efectiva se jactaba de haber "decapitado" a los líderes independentistas, en el lenguaje jurídico que le gustaría utilizar a Llarena.

Soraya quería y merecía mayor estrépito, pero la trepidación semanal no ha respetado ni el silenciamiento de la emperatriz de Rajoy. Se ha despojado de todos los cargos que ostentó hasta el junio reciente, para afrontar un futuro de grandes ingresos. Como Hillary Clinton, sin ir más lejos. En el obituario político de Sáenz de Santamaría, no conviene hablar a la ligera de lealtad. El único objetivo definido de la vicepresidenta consistía en acumular el máximo poder posible, desmarcándose con sorprendente agilidad de los escándalos inseparables del partido que la sustentaba. Los sucesivos agradecimientos a su presidente del Gobierno rebosan la hiel de una recriminación por denegación de auxilio.

Desde la irrefrenable pasión de mandar, a Soraya no le importaba refugiarse en el feminismo como pabellón de conveniencia. La mujer más blindada de España se quejaba de machismo, ofendiendo a las personas desprotegidas que han sido víctimas de agresiones reales porque su Gobierno argumentaba que carecía de medios. Nadie puede presumir de haber sido desdeñado selectivamente por la vicepresidenta, que despreciaba olímpicamente a su partido según ha demostrado al aislarse radicalmente del PP. La historia decidirá si predominaba la simbiosis o el parasitismo.

Caen a plomo Aznar, Rajoy, Soraya y Cospedal, casi todos ellos diputados del mandarinato al comienzo de la presente legislatura. Aun admitiendo que el Gobierno de Sánchez está a punto de igualar en el ritmo de dimisiones al PP, el catastrófico ejecutivo socialista ha provocado un vértigo de abandonos en su rival aledaño. Dado que la vicepresidenta popular exprimió el poder como si fuera infinito, procede explorar una interpretación racional a su estrategia de salida. Su fuga apunta a que sabe que el actual presidente popular es inservible, al margen incluso de la imputación solicitada por una juez al Supremo. Por soborno, un brillante comienzo. Sobre todo, la calculadora Soraya ha determinado que Sánchez mantiene la solidez suficiente para que sea demasiado arriesgado plantarle cara. Le ve más futuro a los socialistas que a los populares, desde la posición equidistante que pudo desembarcarla en cualquiera de las orillas del bipartidismo. Acertó durante un rato.