Ya está de vuelta Gran Hermano VIP, esa jaula de grillos y amago de experimento sociológico por el que desfilan los deshechos de tienta de Mediaset, el último acto de Saturno devorando a sus hijos, retales del mal ejemplo a los que poner un vistoso lazo de celofán y disfrazarlos de supuestos arquetipos de esta nuestra sociedad. Usted junta un actor olvidado, un juguete roto, una trepa del escenario, a la hija de alguien, al tonto del pueblo, un mueble antiguo mediocremente restaurado, una eterna promesa que se quedó por el camino, el familiar de uno que coincidió una vez meando con Plácido Domingo, los mezcla en un espacio cerrado, vigilado con cámaras, y ya tiene usted un despropósito con visos de liderar la audiencia, asegurado. En esa casa de Guadalix no encontrará deportistas de élite, ni investigadores científicos, ni actrices de renombre, ni músicos de prestigio, ni, básicamente, a nadie que tenga algo serio que aportar.

Este año, como siempre, se han hecho públicos los cachés o mamandurrias que cobrarán los participantes, destacando entre ellos los 12.000 euros de Aramís Fuster, los 20.000 de Chavelita Pantoja o los 25.000 de una tal Makoke. Por semana. Es decir, en dos meses, impuesto arriba, tasa abajo, podrán comprarse un piso por el que el común de los mortales pasará pagando una vida entera.

Es que el nombre ya lleva a error. Gran Hermano VIP. VIP, acrónimo inglés de Very Important People, Persona Muy Importante en castellano. Importante por qué, para quién. Yo entiendo que juntar en un salón al divulgador Eduard Punset, al Doctor Cavadas, al Consejero de Estado Don Jose Luis Manzanares, al escritor Fernando Aramburu, la tricampeona mundial Carolina Marín, la catedrática Castellano Arroyo o la Coronel Ortega García no debe ser muy televisivo, muy dinámico, pero de ahí a escoger a lo peor de cada casa hay un trecho muy largo. Tan largo como corta parece ser nuestra capacidad de discernimiento.

Gran Hermano VIP es una hoguera de las vanidades que, por desgracia, cuenta con la admiración de millones de espectadores que disfrutan con las trifulcas, los encontronazos y las disputas entre estos personajillos de tres al cuarto. Una muestra más de que el mundo, tal y como lo conocemos, se va a la mierda sin remisión. Año tras año, edición tras edición. Los participantes saben que son ratas de laboratorio a las órdenes de El Super, lo aceptan y están felices con ello, riéndose de los espectadores en una coreografía guionizada de insultos y faltas de respeto, una guerra de egos que bien les vale un sueldazo. Ande yo caliente ríase la gente, pensarán comprobando su cuenta corriente. Poco o nada hemos evolucionado desde las Mamachicho. A más pelea, a más provocación, a más carnaza, más audiencia.

Ahora es cuando usted se sienta frente a su hijo y le cuenta que para triunfar en la vida es necesario formarse, nutrirse de cultura, aprender todo cuanto pueda y poner en juego los valores que rigen el buen funcionamiento de una sociedad digna. Es cuando le dices a tu hija que la lealtad, el esfuerzo, los méritos y el desarrollo personal es lo que harán de ella alguien libre, poderosa, digna de admiración. Dinero fácil y hordas de fans, qué más pueden pedir las generaciones que vienen, quién compite con eso.

Y no olvidemos el otro ejemplo. Puede aconsejarle a su hijo que mame de la teta de un partido político y, durante el trayecto, falsifique un máster o plagie una tesis. Es más rápido y requiere menos esfuerzo. En este caso, como ocurre en el de GH VIP, los elegidos obedecen ciegamente la voz de su amo, sin importarles su prestigioso pasado. A cambio de un cargo hacen piruetas propias de monos amaestrados, por un sueldo vitalicio olvidan sus principios y se desdicen alegremente. Son un rebaño sumiso, se saben pastoreados, y lo aceptan encantados. A menos ridículo, a menos amor propio, a menos vergüenza, más éxito. Su cuenta corriente, y la comodidad del culo en el sillón, lo agradecen.

Este es el panorama. La única salvación posible es empezar a tener claro qué es triunfar en la vida, con quién compartir el camino y qué ejemplo damos a los demás. Bien sea en la tele o en política la culpa es nuestra. Nosotros les sintonizamos, nosotros les votamos.