Digámoslo claramente, las tergiversaciones pro domo sua de los libros de texto catalanes son una prueba más del hecho nacional catalán, pues es lo que hace toda nación: nacional y ecuánime o ponderado son hechos incompatibles. En el caso de Catalunya, esa tendencia ha recorrido siempre todos sus estratos sociales, incluido el de la intelectualidad más selecta. Ejemplos egregios: la muy clásica Historia de Cataluña, de Valls i Taberner y Soldevilla, en la que el Reino de Aragón casi acaba siendo un comparsa del Condado de Barcelona, con algunos pasajes sonrojantes; o el monumental Diccionario Etimológico de Joan Coromines (6 tomos), en el que se fuerzan hasta chirriar las voces que en algún momento de su existencia histórica han pasado por el idioma catalán. Podríamos seguir. A diferencia de España, que ya está saciada y ahíta, su nación es una dolorosa cuenta pendiente.