Tampoco sé. No sé ni cómo titular esta columna. Consciente de que si la llamo Migrantes o algo similar la leerá nadie y poco más. Lo tengo comprobado. Es grave que asuntos tan graves sólo salgan a la palestra política como arma para la confrontación electoral. Pero más grave aún es que a la gente no nos importen o nos sobren, aburran y molesten en el aturdimiento cotidiano. Si nos ofrecen la pastilla roja o la azul, preferimos Matrix.

Lo que no renta beneficios de manera inmediata no se atiende. Es la política a corto plazo que ya capilariza, creo, la sociedad. Hemos llegado ahí. Impávidos o hooligans. Los populismos que rompen el cascarón de la serpiente crecen por eso. Llegados a cierta renta per cápita muchos creen que la revolución sandinista -que hoy es una mierda que le chupa la sangre a Nicaragua con Ortega a la cabeza- es ser independentista catalán; y terminan como burgueses militantes del supremacismo más anacrónico y bélico.

Los políticos no son buenos cuando los ciudadanos que los votan no son exigentes, no precisan estar informados de lo que podría cuestionarles -aunque para ello haya que ojear distintos medios distantes- o son sólo adscritos que no votarán a otros políticos o partidos jamás. En medio siempre están quienes votan honestamente en blanco, para alborozo de quien al final gana los comicios sin importarle con cuántos votos; o ciudadanos que se niegan a ser el suelo electoral inamovible, sobre el que pisan firme los que se jubilan en la política, y cambian su voto no cautivo por encima de sus ideales, incluso, si lo creen necesario para corregir la situación (unos ideales que la velocidad de los tiempos obliga a recontextualizar).

Las urbes cercanas a las costas por las que son allegadas vidas humanas buscando un mundo mejor o que son directamente puertos receptores de inmigración deberían estar preparadas para ese oleaje creciente. Para el turismo sí lo estamos, por supuesto, pese al siempre parcial saneamiento integral. A cualquiera se le apunta una sonrisa ante la diferencia clara entre un turista y un inmigrante. Pero una sociedad moderna y democrática tiene que exigir al Estado que habilite lugares e infraestructuras donde humanitariamente se necesitan, aunque no den dinero ni activen la economía -como tampoco lo hacen los enfermos crónicos o terminales, pero todavía nadie se ha atrevido a expulsarles del sistema de salud- Que las personas, siempre personas, formen grandes flujos de migración no controlada, insisto, es consustancial a nuestro mundo actual. Utilizar partidistamente ese drama que, es verdad, afrenta a las leyes y a las comodidades más o menos establecidas en sociedades "ricas" como EEUU o Europa, es inmoral.

Por eso indigna el roce entre Subdelegación de Gobierno y Ayuntamiento en Málaga por el cierre por obras de dos polideportivos de barrio que se estaban utilizando para acoger provisionalmente a personas llegadas en pateras, sobre todo. Necesitamos seriedad y trabajo callado entre instituciones que deben ser de todos, en éste y otros temas de Estado, y decisiones e inversiones adecuadas ante lo que nos trae ese mar, por el que todos llegamos aquí y al que todos volveremos, tarde o temprano.