A menudo hablo conmigo mismo y me digo cosas como «hoy me acostaré pronto, que estoy cansado». Luego pestañeo y de repente son las cinco de la mañana y estoy viendo en Youtube vídeos de José María Jiménez, el ´Chava´.

Mi preferido es el de Los Ángeles de San Rafael, en 1997, su primera victoria en la Vuelta a España. Yo ya era fan del «Chava» porque siempre quedaba segundo, pero perdía con carisma y atacaba con grandeza. Aquel día era su última oportunidad, era ganar esa etapa o esperar un año entero hasta la próxima Vuelta: mi ídolo iba en la escapada buena, pero en el último kilómetro demarró Clavero, se fue con él Heras y el «Chava» se quedó con Richard, rezagado. «No tiene nada que hacer», dijo Pedro González en televisión, y asentí totalmente hundido. Sin embargo, el locutor corrigió apenas unos segundos después: «¡Esto sí que es increíble!». Porque el «Chava» hizo magia, alcanzó a la pareja delantera en una remontada inverosímil, en éxtasis, y los dejó atrás en los metros finales con clase y poderío.

No puede ser. Ha sido.

Esa forma de ganar, el «no pero sí», la carrera en negativo, es la mejor. Así ganó también Jiménez a Tonkov en la primera subida al Angliru, en 1999, apareciendo entre la niebla. Ese día se cayó Escartín y lo escuchamos por la radio camino de Tarragona, donde jugaba mi equipo. Al bajar del autobús uno de los ultras cogió el megáfono e inició un cántico de ánimo y solidaridad por Escartín, «que se ha caído». Yo pensé que igual eran medio delincuentes, que igual me pegaban por lo que fuera en cualquier momento, que mejor no entablar contacto visual ni de broma ni de lejos, pero al menos tenían su corazoncito.

Ese día en Tarragona nuestro entrenador hizo un cambio a la media hora para jugar con tres defensas. Ganamos casi al final y salimos doblemente convencidos: había que jugar al ataque y subíamos seguro. Unos meses después lo echaron y, cumpliendo la ley del péndulo, trajeron a un entrenador ultradefensivo. Por supuesto que ni jugamos promoción ni subimos.

No sé si es por eso pero suelo desconfiar de los equipos que empiezan muy bien los Mundiales y las Ligas. El compañero Vicent Chilet lo recordó el sábado en una de sus informaciones en Levante Mercantil de Valencia. El titular lo decía todo: «El alcalde de Albal acusa a un concejal de robar siete jamones de las cestas de Navidad». Cuando empiezas así, tocando el techo, sólo puedes empeorar e ir cuesta abajo.

Desde el 24 de junio mis madrugadas insomnes de Youtube son mucho mejores, porque esa noche, después de siete años de angustia, subió por fin mi equipo. Ahora puedo ver los vídeos del gol del ascenso y del pitido final del árbitro, todo eso que no podía ser, pero ha sido. Ya no tengo que teclear «promotion goal» en el buscador para imaginar cómo sería el mío.

En el fútbol uno atraviesa tardes, semanas, meses y años para tocar un momento así, y lo increíble es que compensa. Toneladas de centros directos a la grada, de córneres que se quedan cortos, de jugadas de estrategia que se convierten en peligrosas contras, de madrugones de resaca y de manos a la cabeza y al bolsillo. Toneladas de mierda insana que asumes y tragas para, a cambio, poder llegar a emocionarte con un simple gol algún día, una vez tras otra y cuando nadie te ve, a solas y a oscuras.